jueves, 31 de diciembre de 2020

De lo escrito y los epílogos imposibles

Por mucho que me empeñase -no es el caso- sería incapaz de poner un epílogo a la altura de un año como este. Lo que había que decir ya está escrito y los silencios se han quedado en su sitio porque no tendría sentido convertirlos en otra cosa. 
No hace falta decir que este 2020 ha sido un año especial y/o excepcional para saber que tardaremos en asumir plenamente la huella que ha dejado en el mundo y en nuestro mundo este tiempo que tratamos de desentrañar y del que tal vez seamos capaces de extraer algunas enseñanzas de provecho.
A falta de mejores argumentos, tal vez proceda rescatar algunas pinceladas blogueras, aunque pueda parecer feo lo de citarse a uno mismo; al fin y al cabo nos pasamos la vida reescribiendo y dándole vueltas a las mismas historias. Siguiendo el rastro de ese poso que dejó por este territorio el año que vivimos peligrosamente, caes en la cuenta de que hay motivos para sentirse feliz por haber llegado hasta aquí. Hasta te puedes sorprender cuando lees ciertas cosas y descubres que lo dicho en enero parece cobrar una dimensión que ni siquiera imaginabas pero que tal vez tenga ahora todo el sentido.

Noviembre:
Toca ponerse serio para ganarle una sonrisa al destino por debajo de la mascarilla; toca ponerse las pilas y vacunarse contra la melancolía.
Ahora, después del punto y aparte, toca adentrarse en el nuevo párrafo para seguir con el relato. Toca escribir para contarlo. 
Octubre: 
Es posible que sea la ocasión para dejarme arrastrar por esa inspiración a la que solo damos rienda suelta en forma de exaltación de la amistad cuando alcanzamos la dosis adecuada de alcohol y nocturnidad
Septiembre:
No vendría a cuento distraernos con la melancolía, ni dejar que el miedo o la resignación ganen la batalla más importante que nos queda por librar, la del día a día. Y al menos de momento, queda demasiado lejos el invierno como para empezar a planear ese tiempo en el que tal vez la vida nos regale la oportunidad de acurrucarnos frente a la chimenea junto al amor de verano que llegó para quedarse.
Agosto:
Estoy aprendiendo a decir adiós cada vez que llego a un lugar para no tener que despedirme cuando decido marcharme. 
Ya casi nunca escribo entre líneas pero estoy tratando de aprender a leer los silencios
Con pasión las cosas pueden salir mal, pero sin pasión nunca estarán bien. 
Cuando me pongo más moñas de la cuenta me tomo un par de cucharadas de Jarabe de palo. Mano de santo.
Julio:
El caso es que este mes de julio nos ha hecho aún más expertos en pandemias y nos ha cargado la mochila con viejos y nuevos temores. Pero también nos ha permitido fabricar recuerdos que forman ya parte de las provisiones de las que podremos echar mano para sobrellevar mejor el próximo confinamiento.
Junio:
Se han quedado muchas lágrimas congeladas en las mejillas y demasiados abrazos atrapados en los cajones como para exigirnos ahora coherencia en lo que pensamos o sentimos y no sería de extrañar que entremos en la 'nueva realidad' con el pie cambiado o, peor aún, que nos peguemos de morros contra ella.
Mayo:
Estamos en ese punto de las cosas -de la vida digo- en el que es demasiado pronto para hacer balance y muy tarde para empezar de cero....
Los domingos de pandemia tienen sus cosas. Hasta tratan de hacerte creer que convivir con nuestros miedos y fantasmas forma parte de una nueva rutina. Nos ponen a prueba con dilemas y desafíos para los que no tenemos respuesta y menos aún si pretendemos que sea la respuesta adecuada.
Abril:
Estos domingos de primavera confinada y pandemia se sirven templados y desprenden un aroma entre dramático y surrealista. Tal vez algún día tendremos que asomarnos por este desván en el que vamos acumulando ideas desordenadas y pensamientos desaliñados para asegurarnos de que hubo domingos como este.
...poco a poco, estamos asumiendo que podemos sentirnos tristes a ratos sin que necesariamente tengamos que sentirnos culpables por ello. Sin que tengamos la sensación de estar robando una porción de tristeza que, en justicia, le corresponde a esas otras tragedias y situaciones angustiosas que ya todos conocemos.
Marzo:
Y en ese estado, las ideas y las palabras con las que tratamos de contarlo deambulan por cada frase de la misma manera que nuestros cuerpos se mueven como sombras asustadas por las calles desiertas. El miedo lo impregna todo y no hay manera de explicar lo inexplicable, no podemos sofocar los efectos de este mal sueño por más que tratemos de alcanzar el siguiente punto y aparte pensando que doblaremos la esquina y nos toparemos con la algarabía de una plaza repleta de vida.
Febrero:
En cualquier caso, y aún sabiendo que volveremos a equivocarnos, conviene perseverar en el intento para no privarnos de un vértigo emocional irresistible, de esas sensaciones que nos recuerdan que estamos vivos mientras transitamos por la finísima línea que separa el éxito del fracaso
Enero:
El almanaque nos brinda un buen argumento, o al menos una excusa, para no detenernos demasiado esta vez en el catálogo de esos buenos propósitos que ligamos al año en curso recién inaugurado. Pero a la vista de los giros inesperados que el guión nos tenía reservados en estos dos últimos lustros tampoco parece que tenga mucho sentido empeñarnos en colocar un destino fijo en el navegador. Sobre todo, sabiendo como sabemos, de nuestra natural tendencia a salirnos de la ruta marcada, a perdernos de todas todas. En todo caso, si a pesar de todo hemos encontrado la manera de llegar hasta aquí, tal vez no sea un mal punto de partida perseverar en el empeño de seguir haciendo camino.
Sea. 
FELIZ 2021






domingo, 15 de noviembre de 2020

Reciclaje

Y ahora, cuando la noche ha caído y los sueños duermen, salgo en busca del amanecer. Toca regresar a clase, sentarse de nuevo en el pupitre, volver a la casilla de salida... Toca desafiar a las sombras para tratar de encontrar el camino. 
Toca sacar provecho a ese curso de vuelo que dura ya más de medio siglo para tomar los mandos y despegar, batir las alas y dejar que el viento haga el resto para planear hacia el horizonmte. 
Toca anudarse los zapatos y salir a la pista para bailar un vals tratando de no perder el compás: un, dos, tres, un, dos, tres.... 
Ahora, a estas alturas, toca salir del rincón de pensar. Toca envidar a chica y ver el órdago a pares. Toca lanzar los dados, desafiar al destino y echar el resto. Toca arriesgar y jugarse todo al rojo para recobrar la prudencia. 
Toca quererse más, querer mejor y dejarse querer; toca dejar que hable la piel sin necesidad de decir nada. Toca recolocar los armarios y las ideas, redecorar las paredes con el color del otoño en los árboles y zarpar al alba con viento de levante de 35 nudos. Toca abrir las ventanas y ventilar el alma.
Toca escapar de la resignación, aprender a poner la otra mejilla y partirse la cara con el lucero del alba. 
Toca reubicarse, ponerlo todo patas arriba para colocar cada cosa en su sitio y, si acaso tocara reciclarse, acabar en el contenedor verde, con el vidrio. 
Toca escuchar a todos con atención y darle la última palabra al corazón. Toca apilar la leña junto a la chimenea para acurrucarnos al calor de la hoguera cuando llegue el invierno. Toca apagar incendios, quemar las naves y avivar el fuego de la pasión. 
Toca ponerse serio para ganarle una sonrisa al destino por debajo de la mascarilla; toca ponerse las pilas y vacunarse contra la melancolía.
Ahora, después del punto y aparte, toca adentrarse en el nuevo párrafo para seguir con el relato. Toca escribir para contarlo. 
Toca vivir o, por lo menos, morir en el intento.

miércoles, 21 de octubre de 2020

De la inspiración, la amistad y otras emociones

El mismísimo Serrat se quedó colgado en las alturas cuando la buscaba mirando al techo. La inspiración es -por naturaleza- caprichosa y escurridiza. No parece una buena idea salir a su encuentro, ni sentarse a esperarla para dejar en sus manos el siguiente capítulo de la historia. Ni siquiera podemos comprarla en Amazon.
La inspiración mal entendida ha dejado al descubierto grandes bodrios y ha provocado notables descalabros; véase el caso de las cartas de amor que acaban en el buzón equivocado o las que desvelan pasiones inconfesables, irreverentes y/o inverosímiles. 
Es bien conocida su tendencia a camuflarse entre los destellos que provoca el enamoramiento en su fase inicial, y no siempre para bien. Seguramente, porque el amor, como fuente de inspiración, es capaz de 'liberar' al poeta, al pintor o al compositor que crees llevar dentro; es decir, a ese presunto artista al que nunca deberías dejar suelto. 
Pero quiero creer que la inspiración también ha tenido relación -directa o indirecta- con historias de amor que nunca habrían llegado a serlo sin su retoque emocional y artístico. 

Por si mañana, una canción
Nunca sabré -ni falta que hace- si la inspiración tuvo poca, mucha o ninguna influencia en aquella carta que solo pretendía ser un texto literario, que luego fue mucho más que eso y que le da nombre a este blog. Tampoco me importa confesar que esas pocas líneas que escribí en 2014 han provocado algunas de las experiencias más sorprendentes y emocionantes de mi vida. 
Seis años después, tengo que dejar constancia de otra, una más, pero muy especial. 'Por si mañana' ha  inspirado ahora a mmi amigo Fernando Bernácer, que ha cogido su guitarra y ha convertido mi carta en canción. Y aunque ya lo he hecho personalmente, un detalle como este merece un agradecimiento también especialEs posible que sea la ocasión para dejarme arrastrar por esa inspiración a la que solo damos rienda suelta en forma de exaltación de la amistad cuando alcanzamos la dosis adecuada de alcohol y nocturnidad. 
Supongo que llegas a una edad en la que puedes dejar a un lado ese pudor mal entendido con el que hemos convivido desde siempre. Y no pasa nada por dejar constancia de la admiración y afecto que sientes por alguien que es -en el mejor sentido que podamos imaginar de la expresión- un tipo duro, por carácter innato y porque la vida le ha llevado a serlo. De no ser porque podría caer en un tópico de libro, le definiría como un luchador excepcional, aunque por deformación profesional me apetece más destacar que Bernácer es uno de los mejores periodistas de radio que he conocido
A Fernando le pasabas una sandía en la pista de fútbol sala y la convertía en un pase de gol, aguantaba tres tarascadas y la clavaba por la escuadra con un zurdazo impresionante. Si le dejas una noche solo en la redacción, te hilvana una escaleta como nadie y se marca un informativo matinal de lujo. 
Hubo un tiempo en el que éramos tan jóvenes que aún jugábamos la Liga de veteranos. Fernando es de los que no da un balón por perdido en la cancha y, en la radio, de los que cree que el último minuto del informativo es tan importante como el primero; marcaba cuatro goles, pero se iba cabreado a casa porque tuvo una ocasión clara que y la estrelló en el poste. 
Salvo a la carrera diplomática, podría haberse dedicado a lo que hubiera querido, pero los que disfrutamos de este oficio celebramos que eligiera el periodismo. Es un corredor de fondo al que se le queda corto un maratón y exhibe sus dotes de velocista para esprintar en el pasillo y llegar al estudio sobre los pitos con la noticia recién parida bajo el brazo. 
Es uno de esos jugadores que no entiende de partidos amistosos, que saca de quicio a los rivales, al árbitro y a sus compañeros. De los que compiten siempre, con el adversario o contra uno mismo, pero siempre se implica en el interés colectivo. Fernando es uno de esos tipos a los que siempre quieres en tu equipo
La dimensión personal de la que pudiera hablar se enmarca en la que se le supone a un amigo. Poco que añadir. Pero cualquier elogio que de él pudiera hacer se queda en nada cuando se compara con otros que seguro recibe a diario como padre sin necesidad de palabras que lo expliquen. 

La cosa ha quedado así. 
Gracias amigo.

https://www.youtube.com/watch?v=QF9xCR-iWq8




viernes, 4 de septiembre de 2020

30 'de momento'

Verano del 90. En la redacción de La Voz del Tajo de Talavera de la Reina la música de fondo es una sinfonía interpretada por cientos de dedos que aporrean sin compasión las teclas; un estruendo sosegado y rítmico que fluye al compás del tintineo de los timbres que acompañan el ir y venir de los carros de las viejas Olivetti.
Seguro que la memoria ha distorsionado la realidad, pero después de tanto tiempo los que por allí pasaron me perdonarán la licencia; lo recuerdo como un lugar con encanto, un buen plató de 'Cuéntame', cuidadosamente desordenado, con sillas destartaladas y mesas requemadas entre cerros de colillas que desbordaban ceniceros de cerámica, vasos con restos de cualquier bebida imaginable y teléfonos de cables retorcidos... Y papeles, muchos papeles, montañas de folios y cordilleras enteras de periódicos por todos lados. 
Posiblemente no era así, pero diría que las paredes tenían un tono marfil 'nicotina' y una densa cortina de humo abrazaba la luz de los fluorescentes. El ambiente estaba tan cargado a última hora de la tarde que costaba respirar sin un pitillo en la boca.  En aquella redacción de la calle Marqués de Mirasol aún usábamos un aparato llamado tipómetro -del que los periodistas más jóvenes posiblemente ni siquiera han oído hablar- con el que calculábamos las líneas que necesitábamos escribir para completar nuestra noticia en una maqueta que también diseñábamos sobre la hoja en blanco. 
No se trata de mitificar nada, entre otras cosas porque lo realmente valioso de aquella época -aunque entonces no lo sabíamos- era la edad que teníamos. Cualquier tiempo pasado fue distinto, ni mejor ni peor, era el que tocaba entonces; pero es cierto que aquél becario que fui tuvo la ocasión de tomar contacto por primera vez con ese lado bohemio y canalla del periodismo de provincias, ese que aún habitaba en la barra del bar de la esquina. Las noticias se pescaban al modo artesanal, con caña y anzuelo, nada de redes. 
Creo que fue entonces cuando descubrí que la vida era un titular a cuatro columnas en página impar o la tinta que impregnaba los dedos tras recorrer las páginas aún calientes de la primera edición recién parida en la rotativa. Me gustaría creer que algún influjo me quedó también del cuidado exquisito que le daban a la palabra gente como la admirada y llorada MAS (María Angeles Santos) y el respeto por el lenguaje con el que se envolvía en aquella redacción un periodismo pegado a la tierra.
Nunca vi mérito alguno en los que proclaman que 'nadie les ha regalado nada'. Presumo de lo contrario; la vida ha sido -está siendo, perdón- muy generosa conmigo. Mucho más que yo con ella, me temo. He recibido muchos regalos y seguramente no todos merecidos, ni valorados en su justa medida. Uno de los más importantes se lo debo a los que confiaron en aquel novato que, pasado el verano, se hizo cargo de los Deportes en la delegación de La Voz en Toledo. Todo lo que ha venido después tuvo su origen (gracias maestro Igrosso) en aquel 'regalo'. 
Me ofrecieron también la posibilidad de escribir mi propia columna de opinión; después de darle muchas vueltas, decidí llarmala 'De momento'. Entonces no lo sabía, pero imagino que algún resorte interno ya intuía que estaba llamado a instalarme en este territorio de una provisionalidad permanente del que nunca -al menos 'de momento'- me he decidido a salir. 
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Este mes de septiembre se cumplen 30 años desde que llegué a otra redacción, con balcones a Zocodover y entrada por Barrio Rey. 30 años, toda una vida, tal vez un breve suspiro, en todo caso el tiempo justo para proclamar con orgullo mi toledanismo. Sin rancias pretensiones ni alardes, sin exclusiones, sin disputas vecinales estériles ni pactos de sangre, sin necesidad de renunciar a mis raíces conquenses ni a la cuna castiza. Llegué tarde para ser TTV de nacimiento pero decidí serlo por convencimiento, aunque es posible que más de uno me cuestione los méritos para acceder a tal distinción. Los toledanos somos así, bolo
No caben tres décadas en unas lineas, ni lo pretendo. El Toledo es mi equipo y el Salto del Caballo es mi casa. Soy de Fede, del Greco, de Arfe, de la vuelta al Valle, de las carcamusas del Ludeña, las bombas del Trebol y los churros de Catalino. Y me duele el Tajo, ese trazo ondulado que dibujó en el mapa el camino que me trajo desde Talavera hasta Toledo; incluso si nunca mas volviera a ser un río, el Tajo siempre será mi río, aunque confieso que alguna vez he soñado con salir a navegar por las aguas caudalosas del Amazonas.
Septiembre siempre fue un mes especial por muchas razones, sobre todo por lo que implica de renovación, de cambio de ciclo, de inicio de curso, de nueva temporada, de retos para encarar el último tramo del año.... Tres décadas después, desde el otoño de la vida, produce cierto vértigo evocar aquel mes de septiembre, cuando todavía era primavera. Pero el becario que llevo dentro se afana en recordarme que la pasión no entiende de estaciones. Y el veterano que carga con la mochila de los años me mantiene en alerta para que no me pierda ni un detalle de los ocres y los rojos otoñales que vendrán a teñir los árboles con sus colores más hermosos. 
No vendría a cuento distraernos con la melancolía, ni dejar que el miedo o la resignación ganen la batalla más importante que nos queda por librar, la del día a día. Y al menos de momento, queda demasiado lejos el invierno como para empezar a planear ese tiempo en el que tal vez la vida nos regale la oportunidad de acurrucarnos frente a la chimenea junto al amor de verano que llegó para quedarse.



viernes, 14 de agosto de 2020

LIV: De los años increíbles y algunas certezas

Casi todo es diferente en 2020, pero ninguna pandemia logró jamás detener al calendario. Agosto ha llegado puntual -con sus calores sofocantes, sus tormentas y sus amores veraniegos- para brindarnos una nueva oportunidad de mantener esta saludable costumbre de ir apilando años. No es un detalle menor y supongo que esta cita bloguera anual debería reflejar el valor especial que esta vez tiene el acontecimiento, aunque tampoco podré dejar de pasarme -me temo- por ese territorio pantanoso de las reflexiones existenciales que acompañan siempre al cambio de dígito.
Si algo nos ha enseñado este tiempo de zozobra contenida es que el mundo -el propio y el resto- no se detiene aunque una avalancha lo ponga patas arriba. No podemos abrir un paréntesis en el que resguardarnos del aguacero, ni vendría a cuento dejar de mojarnos teniendo en cuenta que seguimos por aquí para contarlo. Tampoco vamos a agotar un tiempo muerto para diseñar en la pizarra la estrategia del próximo ataque estático. A estas alturas, no tendríamos que centrar nuestros mayores desvelos en elaborar una táctica para ganar el partido a cualquier precio, aunque ni el resultado nos da igual ni hay que descartar completamente que, además, hayamos venido a emborracharnos.
En eso que un amigo define como 'orografía de la edad', es importante asumir que el pico de la curva lo dejamos atrás hace ya un buen rato, sobre todo para evitar deslizarnos por la ladera de las lamentaciones o, peor aún, caer en las garras de la melancolía. 
Hace tiempo que transitamos por esa edad `consolidada´ que nos castiga con achaques variados, que vacía el depósito de la paciencia y descubre todo un catálogo de manías que hemos ido acumulando con los años. Pero esta desescalada que afrontamos sin libro de instrucciones ni hoja de ruta, además de inevitable, también nos permite apreciar paisajes, momentos, detalles y destellos vitales en los que antes apenas reparábamos. No se trata solo de aquéllas pequeñas cosas que Serrat hizo grandes, también podemos convertir la convulsión de los últimos meses en el mejor bálsamo contra la resignación. Porque a pesar de las circunstancias, o precisamente en estas circunstancias, tenemos nuevos argumentos para combatir las excusas y seguramente más motivos que nunca para dejar de darle tiempo al tiempo
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Mientras decido si algunas de las cosas vividas este 2020 han ocurrido realmente, me quedo con algunas que empiezo a dar por ciertas:
De un año a esta parte ha crecido la deuda de gratitud que mantengo con mis amigos y con la gente que me quiere. 
Para mis enemigos, si surgieran algún día, reservo un par de horas muertas. 
Los sueños siguen teniendo nombre de mujer y de los juegos de mesa me quedo con las damas, aunque no gane ni una partida. 
Estoy aprendiendo a decir adiós cada vez que llego a un lugar para no tener que despedirme cuando decido marcharme. 
Ya casi nunca escribo entre líneas pero estoy tratando de aprender a leer los silencios
Con pasión las cosas pueden salir mal, pero sin pasión nunca estarán bien. 
Cuando me pongo más moñas de la cuenta me tomo un par de cucharadas de Jarabe de palo. Mano de santo.











sábado, 1 de agosto de 2020

Julio

Antes de que agosto dicte sentencia, no me resisto a darle unas pinceladas al lienzo de este mes de julio que casi tenemos secando al sol y que ha venido a demostrarnos que la nueva normalidad queda lejos de la vieja realidad. Como suponíamos, los codazos no pueden llenar el espacio que ocupaban los abrazos ni las sonrisas han aprendido a sobrevivir bajo la mascarilla, pero también hemos constatado en julio que -sin llevarle la contraria al maestro Sabina- todavía quedan islas para naufragar y, en algunos casos, con vistas al mar y árboles junto a la playa
La realidad -la nueva también- la vamos construyendo a trompicones entre brotes y rebrotes, entre el miedo a los contagios y el anhelo por recuperar el terreno perdido en esa parcela de la independencia vital que nos permitía movernos, tocar y respirar sin complejos ni temores. Afrontamos la cruda normalidad con las cicatrices que este territorio inhóspito por el que transitamos nos ha dejado en la piel en forma de dudas existenciales. Y también con alguna certeza con la que tal vez algún día encontremos la manera de enfrentarnos.

Pero julio nos ha recordado además que ese tiempo que resbala por las paredes de cristal del reloj de arena también nos pertenece y, aunque el mundo se detenga hasta quedar amontonado e inerte, podemos darle la vuelta para que todo vuelva a empezar. 
Siempre queda la opción de dejar las cosas en el sitio que aparentemente le corresponden, o esperar una señal para hacer girar el reloj. Un buen amigo me cuenta emocionado que este mes de julio le ha dado la oportunidad de capturar uno de esos momentos que la vida te regala cuando no lo esperas, uno de esos instantes fugaces que quedan grabados para siempre en ese lugar en el que reposan los suspiros. Aunque todavía -dice- esté intentando averiguar si fue el comienzo de una historia que está por escribir o el desenlace de un sueño imposible. No me resistía a contarlo. 
El caso es que este mes de julio nos ha hecho aún más expertos en pandemias y nos ha cargado la mochila con viejos y nuevos temores. Pero también nos ha permitido fabricar recuerdos que forman ya parte de las provisiones de las que podremos echar mano para sobrellevar mejor el próximo confinamiento. 

domingo, 21 de junio de 2020

La nueva realidad que nos toca

Esto de la pandemia ha sido y es una gran putada, un cataclismo que ha puesto a prueba los cimientos del mundo que conocíamos, incluido nuestro mundo interior. Una convulsión sin precedentes que afrontamos como mejor sabemos, como buenamente podemos o como nos dejan, si es que nos dejan.
Una conmoción propia y ajena a la que podemos recurrir para un roto o un descosido. A la sombra de la pandemia podemos formular la más eufórica exaltación de la vida o caer desplomados por efecto del mazazo que nos propinó este tiempo de muerte, miedo y desolación. Podemos proclamar la admiración absoluta por la generosidad humana o dejarnos llevar por el desaliento más profundo a la vista de la miseria con la que el mismo genero humano responde a la tragedia.
Este tiempo de primavera confinada ha sido tan increíble y tan incierto que sirve para explicar una cosa y la contraria, empezando por lo más inexplicable. Nunca tuvimos al alcance excusa tan convincente ni argumento de más peso para cualquier cosa que se nos ocurra, para ponernos en marcha o quedarnos quietos, para dar la nota, lanzar las campanas al vuelo, decir lo que nos venga en gana, quedarnos callados o incluso, si procede, para perder la cabeza por un amor imposible.
En semejantes circunstancias tenemos permiso -aunque nadie nos lo haya concedido- para pasar de la ilusión al abatimiento sin pestañear, o para transitar de la melancolía al entusiasmo sin tocar el suelo.
Se han quedado muchas lágrimas congeladas en las mejillas y demasiados abrazos atrapados en los cajones como para exigirnos ahora coherencia en lo que pensamos o sentimos y no sería de extrañar que entremos en la 'nueva realidad' con el pie cambiado o, peor aún, que nos peguemos de morros contra ella.
Todo lo que el BOE no nos resuelva, tendremos que construirlo con nuestros propios medios, con nuestros miedos y prejuicios, nuestras pequeñas y grandes miserias y, a ser posible, con una pizca de sentido común que hayamos guardado en la despensa. En ese escenario tenemos que afrontar la parte que nos toca, sin que ni siquiera esté claro que nos toque. Y menos aún que estemos en condiciones de hacerlo.
Las emociones decidirán por nosotros y, a priori, no parece ese el mejor antídoto contra el fanatismo galopante, ni tampoco la mejor garantía para aislarnos del contagio de ese virus del maniqueismo que se extiende sin remedio ni vacuna que lo detenga. Los malos son malísimos y los buenos -los nuestros- son buenísimos. Los rojos salen a quemar iglesias y los fachas a matar abogados laboralistas en Atocha. A Fernando Simón se le adora o se le odia, le subimos a los altares o nos apuntamos al linchamiento de las doce menos cuarto. En la nueva realidad se impone el gatillo fácil y si sales de caza y no se te pone a tiro ni una torcaz, a ver quién se resiste a meterle un plomazo a la milana del Azarías.
Hubo domingos de pandemía no tan lejanos en los que cualquier realidad habría sido mejor que la que teníamos entonces. Tal vez deberíamos tenerlo en cuenta para ponernos a la tarea, aunque solo sea por aprender, entre todos, a desentrañar sonrisas por debajo de la mascarilla.


miércoles, 27 de mayo de 2020

Palabras que llenan páginas en blanco

Sigo acumulando páginas en blanco en el diario de la pandemia que nunca escribí. Reservo un capítulo final para tratar de demostrar que esta realidad que nos arrolla ha ocurrido de verdad. Con el tiempo, supongo, llegaremos a desprendernos de esta sensación de incredulidad que nos invade. Y hasta puede que seamos capaces de poner en perspectiva lo sucedido sin la presión de este desasosiego individual y colectivo que nos ha dejado tambaleando encima del ring, tratando de encajar el golpe y agarrándonos a las cuerdas para no caer.
Pero ahora no es el momento, incluso asumiendo que mañana será tarde para hacerlo. Estamos en ese punto de las cosas -de la vida digo- en el que es demasiado pronto para hacer balance y muy tarde para empezar de cero.
Acudí por este territorio bloguero en domingos de pandemia en busca de un refugio en el que protegerme del miedo y la tristeza. Desde esta trinchera libré feroz batalla contra molinos gigantescos y, como siempre, terminé por hacer ondear la bandera blanca. A veces la única victoria posible es una retirada, aunque sea a destiempo.
En las paginas en blanco de este diario quedan las palabras que nunca encontré para describir la generosidad infinita de unos y esas otras que debería usar para omitir, con todo lujo de detalles, el relato de la mezquindad absoluta de otros. Desde que el mundo es mundo -tal vez antes- los episodios más trágicos siempre han sacado de las entrañas de la gente lo mejor y lo peor del género humano.
No sé si avanzamos en la desescalada o nos hemos lanzado a tumba abierta hacia el descalabro. Nadie lo sabe, aunque todos afirmen saberlo. Los apóstoles de la certeza y la verdad absoluta se abren paso a dentelladas frente a los devotos de la duda, a los que me sumo sin el entusiasmo que debiera y solo en momentos de cordura transitoria.
En las páginas en blanco de este diario quedan en cuarentena los secretos y los pecados inconfesables propios del confinamiento, amontonados con otros que nunca vinieron a cuento. Es posible que también se narren entre líneas las consecuencias de esas decisiones excepcionales y extraordinarias que cobran todo el sentido en este contexto excepcional y extraordinario. Aunque nunca se sabe, a veces se decreta el estado de alarma en tu vida y te quedas en la puerta esperando una señal.



domingo, 3 de mayo de 2020

Dilemas dominicales en tiempos de pandemia

Los domingos de pandemia se clavan en el ánimo como los kilómetros en las piernas de los ciclistas en una etapa de montaña. Cuando se supone que ya has superado la parte más dura del reccorrido, el hombre del mazo (el amigo Escribano sabe lo que digo) llega en una tachuela de tercera y te dice que la próxima pedalada será la última. Pero levantas como puedes la mirada y, de reojo, alcanzas a ver la próxima curva, que se convierte en el único objetivo, porque al llegar allí -aunque ahora no lo parezca- sabes que seguirás pedaleando.
Desde la curva de un domingo de pandemia del mes de mayo crees atisbar a lo lejos la cima del puerto y, si consigues echar la vista al otro lado, puedes apreciar el zigzag de asfalto que se enrosca entre los árboles; el camino que ya has dejado atrás te ayuda a entender mejor lo dura que ha sido la escalada para llegar hasta aquí. Y aunque sea imposible disfrutar del paisaje sabes -o pretendes convencerte de ello- que merecerá la pena el esfuerzo cuando logres cruzar la línea de meta.
Los domingos de pandemía tienen un sabor ácido -a veces agrio- como el de esos partidos que fueron manjar exquisito y que los canales de deportes nos sirven enlatados estos días. La competición dominical ahora es otra y lo de jugar siempre en casa no te da ninguna ventaja cuando lo haces a puerta cerrada. En todo caso, hay momentos como este en los que puede venir bien este afán que siempre tuvo uno por aplicarse en defensa, por no descuidar ni un segundo la marca, sobre todo si el adversario es peligroso y escurridizo. Solo si la cosa se pone muy fea habrá que tirar del manual que escribieron los centrales de antaño, ese que proclama en el primer capítulo que "si pasa el balón no pasa el atacante".
blog midas.com
Los domingos de pandemia te ponen a prueba con dilemas como el del juego limpio o los tres puntos, más asumible ahora que tenemos  el VAR en cuarentena. Aunque hay otros dilemas que resultan más difíciles de solventar porque tratan de hacerte elegir entre la lejía y el alcohol, el yin y el yang, el blanco y el negro o entre la gimnasia y la magnesia... Dilemas que pretenden hacerte escoger entre el gol de Señor a Malta, el de Iniesta en Sudáfrica y el de Ramos en el minuto 93 de Lisboa. Dilemas que te invitan a decidir entre lanzarte a escribir una carta de amor o echarte en los brazos del desamor.
No esta nada claro si hay dilemas que nunca deberías de hacerte un domingo de pandemia o si -por el contrario- nunca deberías dejar de hacértelos si la vida te pone en estado de confinamiento.
Los domingos de pandemia tienen sus cosas. Hasta tratan de hacerte creer que convivir con nuestros miedos y fantasmas forma parte de una nueva rutina. Nos ponen a prueba con dilemas y desafíos para los que no tenemos respuesta y menos aún si pretendemos que sea la respuesta adecuada.
Hay domingos de mayo y pandemia que entienden a su manera lo del día de la madre y, si se empeñan, pueden enredarse y enredarnos en nostalgias que no alivian los teléfonos ni las redes. Hay dilemas que ya están resueltos antes incluso de plantearse. Los paseos y carreras al sol alivian confinamientos pero no pueden llenar los abrazos ahora vacíos.

domingo, 26 de abril de 2020

Sonetos dominicales en tiempos de pandemia

Escribimos sin querer la historia de otro domingo de pandemia. El relato inverosímil de estos días en los que todo es lo que parece, aunque todo nos parezca mentira.
En las conversaciones intrascendentes de un domingo de pandemia se nos vienen a la mente imágenes que nos acercan al precipicio de las emociones contenidas pero irresistibles. Me habla una amiga del 'efecto montaña rusa' en el que transitamos, con subidas y bajadas vertiginosas a través de un estado anímico convulso y agitado. Supongo que ella también anhela el momento de cambiar la montaña rusa por el tiovivo.
Los expertos en virus, pandemias y cuarentenas -es decir todo el mundo- no descansan los domingos y hoy también nos ilustran con las recetas sobre lo que tenemos que hacer parea salir de esta, lo que no deberíamos haber hecho jamás y, sobre todo, nos ofrecen un completo catálogo de personajes -buenos, malos y peores- para hacernos más asequible la inevitable y necesaria búsqueda de los culpables.
Necesitamos héroes a los que aplaudir y villanos a los que pegar con la cacerola en la cabeza. Sin matices para lo bueno y sin perdón para los malvados; esos que se afanan por hacer aún más trágica la tragedia.  Juzgamos, sentenciamos y ejecutamos por la vía rápida, sin miramientos. Después del linchamiento, eso sí, nos lavamos bien las manos con agua y jabón para desinfectar conciencias.
Los domingos de pandemia nos aplicamos -aunque solo a ratos- a la tarea de resistir. Porque es lo que toca, porque no queda otra, para que no se diga, porque es lo que se espera de nosotros, porque estamos mal pero menos mal que estamos.
Estos domingos cautivos de abril nos sitúan a tiro de semana de un domingo de mayo en el que tal vez tengamos más cerca la vuelta a esa normalidad que añoramos. Tiempo tendremos para lamentar después que muchas cosas ya nunca serán normales.
Estos domingos de primavera confinada y pandemia se sirven templados y desprenden un aroma entre dramático y surrealista. Tal vez algún día tendremos que asomarnos por este desván en el que vamos acumulando ideas desordenadas y pensamientos desaliñados para asegurarnos de que hubo domingos como este.

Solo en este contexto se explica la osadía de colocarnos el disfraz de poeta (con perdón) para arrancarle una rima consonante con traje de soneto a este domingo de pandemia.

  • SONETO PARA UN DOMINGO DE PANDEMIA 
  • Esta vida entre muros confinada, 
  • esta pandemia de dolor y pena, 
  • este abrazo que guarda cuarentena,
  •  esta muerte que no respeta nada. 
  •  
  • Este miedo clavado en la mirada, 
  • estos besos que cumplen su condena, 
  • esta soledad que todo lo llena, 
  • esta falsa moral desinfectada. 
  •  
  • Este adiós que no admite despedida, 
  • este aliento colgado en los balcones, 
  • este virus que al corazón embrida. 
  •  
  • Con esta primavera hecha jirones, 
  • con esta libertad desguarnecida, 
  • no se gana esta guerra por cojones. 








domingo, 12 de abril de 2020

Latidos dominicales en tiempos de pandemia

Lo bueno de este domingo es que ya han pasado siete días desde el anterior y que solo nos falta una semana para el siguiente.
Lo bueno de este domingo es que seguimos por aquí para contarlo y que hemos asumido el reto de volver por este rincón bloguero para recordar que vuelve a ser domingo y que seguramente, si nos lo proponemos, podremos rescatar algún pequeño tesoro entre los restos de este naufragio.
Lo bueno de este domingo es que amanece, aunque incluso eso ahora nos parezca poco y que la lluvia se ha saltado el confinamiento, como tratando de brindar un aplauso especial a la gente del campo.
Lo bueno de este domingo es que, entre domingo y domingo, hemos acumulado cierto grado de experiencia en el tránsito por este territorio inhóspito en el que nos hemos metido sin querer. Nos hemos acostumbrado a escucharlas y ya no nos asustan tanto las balas que no dejan de silbar junto al oído. Y estamos aprendiendo a desinfectar nuestro entendimiento ante tanto experto epidemiólogo que nos ilustra con su sabiduría de barra de bar, trasladada ahora a las redes.
Lo bueno de este domingo -aunque no tengo tan claro que esto sea bueno- es que, poco a poco, estamos asumiendo que podemos sentirnos tristes a ratos sin que necesariamente tengamos que sentirnos culpables por ello. Sin que tengamos la sensación de estar robando una porción de tristeza que, en justicia, le corresponde a esas otras tragedias y situaciones angustiosas que ya todos conocemos.
Lo bueno de este domingo es que abril avanza entre las sombras y dicen que le estamos retorciendo el brazo a la puta curva esa.
Lo bueno de un domingo como este, aunque no parezca un domingo, es que desde la ventana podemos ver que los árboles siguen ahí afuera y que incluso alguno de ellos, cansado de esperar, se ha pasado por casa en busca de un abrazo.
Lo bueno de este domingo es que hoy también Aute ha resucitado, aunque solo sea para recordarnos lo  "terriblemente absurdo que es estar vivo... sin tu latido'"








domingo, 5 de abril de 2020

Retos dominicales en tiempos de pandemia

Cuando la vida era normal, llegados a estos primeros días del mes de abril ya teníamos bastante asumido que muchos de los retos que nos marcamos al comienzo de año empezaban a agolparse en el cajón de los asuntos pendientes.
A decir verdad, esta vez las cosas iban bastante encarriladas. Cuando retiras la candidatura al título de mejor padre del mundo, de hijo ideal, de vecino perfecto, marido más fiel o la de mejor amigo del hombre las cosas son más llevaderas. Disminuye la presión cuando los propósitos son más realistas, cuando renuncias expresamente a tratar de volver a tener 25 años, incluso en los días en los que te sientes insultantemente joven; cuando ya no aspiras a llegar a marte en una nave espacial y te conformas con seguir dando una vuelta por la luna de vez en cuando; cuando asumes que no vas a poder atacar al pelotón en plena escalada al Tourmalet, pero mantienes el pulso con la estática del salón para mejorar el tiempo de ayer.

Pero en tiempos de pandemia, los retos cambian y el cuarto domingo en estado de alarma te planteas, por ejemplo, encontrar la manera de volver a asomarte por esta ventana bloguera. Escribir siempre fue una terapia, pero en estas noches de insomnio y pesadilla todos los intentos terminaron estrellándose contra los muros de la tristeza y el miedo.
Seguramente porque resulta imposible transitar con cierto tino por la maraña de sentimientos, propios e inducidos, que nos inundan y nos desbordan. Nos arrastra una catarata de emociones -contenidas o incontenibles- que nos mantiene en estado de congoja permanente.
Y en ese estado, las ideas y las palabras con las que tratamos de contarlo deambulan por cada frase de la misma manera que nuestros cuerpos se mueven como sombras asustadas por las calles desiertas. El miedo lo impregna todo y no hay manera de explicar lo inexplicable, no podemos sofocar los efectos de este mal sueño por más que tratemos de alcanzar el siguiente punto y aparte pensando que doblaremos la esquina y nos toparemos con la algarabía de una plaza repleta de vida.
En estas condiciones tampoco parece probable armar un discurso medianamente coherente. Ni siquiera lo pretendo. Todos hemos tenido miedo y hemos estado tristes muchas veces, pero no habíamos experimentado este miedo colectivo, esta tristeza viral y vital que compartimos ahora. No sabíamos que no somos invencibles aunque estuviéramos convencidos de ello.
El reto dominical consiste en desbrozar esta enorme selva de rabia, incertidumbre e impotencia en la que nos sentimos atrapados para que se abran paso en este paisaje tenebroso la solidaridad y la esperanza.
Para lograrlo, además habrá que dejar a un lado la pandemia de estupidez y mezquindaz que se propaga por tierra, mar y redes, porque desgraciadamente contra ciertas miserias humanas no se me ocurre más vacuna que la indiferencia.
Incluso será necesario asumir un reto dentro del reto: el compromiso de asomarnos por esta ventana el próximo domingo, cuando tengamos más argumentos para aferrarnos a la ilusión y al optimismo. Tal vez entonces podamos proclamar que el aplauso tiene cada tarde más sentido y que uno solo de los abrazos que estamos almacenando estos días es razón suficiente para mantenernos firmes en la batalla contra el miedo y la tristeza.

jueves, 13 de febrero de 2020

14-F, entre razones y excusas

El 14-F ya se dejó caer por aquí otros años. Como en ocasiones precedentes, intuyo que no es la causa sino la excusa. Un motivo tan adecuado o tan absurdo como cualquier otro para volver a un asunto del que en realidad nunca nos vamos.
El amor está en el origen que inspiró la carta a Julia y abrió las puertas de este espacio para el desahogo o la melancolía dosificada. Desde entonces ha sido el tema más recurrente, posiblemente el único permanente. Según el momento, podríamos ponerle a la elección un barniz de sensibilidad romántica o acudir a una explicación mucho más pragmática; el amor como recurso fácil, como maniobra de distracción frente a otros asuntos más mundanos y menos poéticos, de esos que te llevan por terrenos pantanosos en los que corres serio riesgo de ser engullido por las arenas movedizas del qué dirán.

Al fin y al cabo, la temática amorosa es tan explorada y tan extensa como desconocida y desconcertante, tan apasionada como incomprensible. El amor y la forma de expresarlo admite todos los aderezos, según los gustos y costumbres, según los caprichos propios y ajenos, según los dictados del destino o el desatino, según los paisajes interiores o exteriores, según los abismos o espejismos por los que deambulemos.
Tal vez por eso, tampoco hay normas ni recetas que garanticen el acierto con el menú que se sirve el Día de los Enamorados. Es bien sencillo errar, por exceso o por defecto, con la celebración de la jornada, suponiendo que hubiera algo que celebrar. El romanticismo impostado de unos es tan poco recomendable como el afán de otros por marcar distancias con el calendario, el empeño por no hacer la más mínima concesión a Cupido.
El 14 de febrero no debería ser, por si mismo, una razón para manifestar un sentimiento que se supone existe con la misma intensidad e idéntico valor el resto del año, pero tal vez sea un buen pretexto para hacerlo. Y en todo caso no parece muy adecuado que sea la excusa para dejar de hacerlo si acaso surgiera el impulso sincero de manifestar tal cosa, aunque sea un vano intento de compensar los silencios de todos los días que no se dedican -ni dedicamos- a los enamorados.
Tal vez por eso, sin que sirva de precedente ni que pueda tacharse de autoplagio, me permito rescatar una reflexión surgida en estos terrenos blogueros al calor de estas mismas fechas hace dos o tres años: "La cuestión amorosa es tan amplia como la tipología de las relaciones de pareja, sin que necesariamente coincidan ambas circunstancias. El amor, si acaso existiera, debería darnos las claves para manejarnos con cierta destreza, pero la guía práctica -pendiente de elaborar- para sobrevivir a San Valentín tendría que calibrar el tratamiento que a cada caso convenga".
En cualquier caso, y aún sabiendo que volveremos a equivocarnos, conviene perseverar en el intento para no privarnos de un vértigo emocional irresistible, de esas sensaciones que nos recuerdan que estamos vivos mientras transitamos por la finísima línea que separa el éxito del fracaso.




lunes, 6 de enero de 2020

Años 20

Si no fuera porque uno es de letras, podría dejarme llevar por la inercia de los números para pensar que acabamos de estrenar un año redondo. Estamos, en efecto, ante una de esas cifras de las que imponen ciclos, de las que nos invitan a ir más allá del resultado que pudiera depararnos la disección de un 2019 al que tenemos aún sobre la mesa de autopsias.
Porque el balance del año recién terminado se adereza esta vez con un caldo que el tiempo va cociendo a fuego lento y, casi sin querer, nos adentramos por ese terreno pantanoso de la memoria selectiva o caprichosa. Pones el pie en 2020 y algún resorte invisible te desplaza hacia atrás en el tiempo para reparar, aunque sea por un momento, en lo diferente que era el mundo en general y nuestro mundo en particular hace 10 años.
hispania.com
Y aunque sea por un momento nos vemos recorriendo ese sendero sinuoso que discurre por acontecimientos que se quedaron marcados en la hoja de ruta, entre las cosas que hemos hecho y las que dejamos de hacer en este tiempo, las idas y venidas, los tropiezos, las remontadas, los fracasos, los sueños cumplidos y los que dejamos a medias; esa senda en la que conviven sombras y luces con los rescoldos de los amores y desamores que se fueron, los que aspiran a quedarse y los que nunca llegaron.
En fin, sin darnos cuenta, nos descubrimos ante el espejo con cara de panoli, hurgando en ese cajón en el que se han ido acumulando recuerdos y nostalgias, como tratando de desentrañar o desenterrar todas esas cosas que caben en una década, las que no caben en una vida entera y otras que apenas duran un segundo pero se quedan archivadas para siempre en algún lugar remoto que se esconde entre el alma y las vísceras.
No sé si me explico. Espero que no.
Los que consumimos una buena ración del siglo XX sabemos, o deberíamos saber, que ya no tenemos edad para andar preocupándonos por la edad que tenemos. Y menos aún para fijarnos en el debate sobre la fecha exacta en la que entramos oficialmente en la nueva década. Proclamo solemnemente inaugurados los años 20, que no es poca cosa teniendo en cuenta que hubo un tiempo en el que nos parecía un horizonte lejano cruzar la frontera del milenio.
El almanaque nos brinda un buen argumento, o al menos una excusa, para no detenernos demasiado esta vez en el catálogo de esos buenos propósitos que ligamos al año en curso recién inaugurado. Pero a la vista de los giros inesperados que el guión nos tenía reservados en estos dos últimos lustros tampoco parece que tenga mucho sentido empeñarnos en colocar un destino fijo en el navegador. Sobre todo, sabiendo como sabemos, de nuestra natural tendencia a salirnos de la ruta marcada, a perdernos de todas todas. En todo caso, si a pesar de todo hemos encontrado la manera de llegar hasta aquí, tal vez no sea un mal punto de partida perseverar en el empeño de seguir haciendo camino.