domingo, 5 de abril de 2020

Retos dominicales en tiempos de pandemia

Cuando la vida era normal, llegados a estos primeros días del mes de abril ya teníamos bastante asumido que muchos de los retos que nos marcamos al comienzo de año empezaban a agolparse en el cajón de los asuntos pendientes.
A decir verdad, esta vez las cosas iban bastante encarriladas. Cuando retiras la candidatura al título de mejor padre del mundo, de hijo ideal, de vecino perfecto, marido más fiel o la de mejor amigo del hombre las cosas son más llevaderas. Disminuye la presión cuando los propósitos son más realistas, cuando renuncias expresamente a tratar de volver a tener 25 años, incluso en los días en los que te sientes insultantemente joven; cuando ya no aspiras a llegar a marte en una nave espacial y te conformas con seguir dando una vuelta por la luna de vez en cuando; cuando asumes que no vas a poder atacar al pelotón en plena escalada al Tourmalet, pero mantienes el pulso con la estática del salón para mejorar el tiempo de ayer.

Pero en tiempos de pandemia, los retos cambian y el cuarto domingo en estado de alarma te planteas, por ejemplo, encontrar la manera de volver a asomarte por esta ventana bloguera. Escribir siempre fue una terapia, pero en estas noches de insomnio y pesadilla todos los intentos terminaron estrellándose contra los muros de la tristeza y el miedo.
Seguramente porque resulta imposible transitar con cierto tino por la maraña de sentimientos, propios e inducidos, que nos inundan y nos desbordan. Nos arrastra una catarata de emociones -contenidas o incontenibles- que nos mantiene en estado de congoja permanente.
Y en ese estado, las ideas y las palabras con las que tratamos de contarlo deambulan por cada frase de la misma manera que nuestros cuerpos se mueven como sombras asustadas por las calles desiertas. El miedo lo impregna todo y no hay manera de explicar lo inexplicable, no podemos sofocar los efectos de este mal sueño por más que tratemos de alcanzar el siguiente punto y aparte pensando que doblaremos la esquina y nos toparemos con la algarabía de una plaza repleta de vida.
En estas condiciones tampoco parece probable armar un discurso medianamente coherente. Ni siquiera lo pretendo. Todos hemos tenido miedo y hemos estado tristes muchas veces, pero no habíamos experimentado este miedo colectivo, esta tristeza viral y vital que compartimos ahora. No sabíamos que no somos invencibles aunque estuviéramos convencidos de ello.
El reto dominical consiste en desbrozar esta enorme selva de rabia, incertidumbre e impotencia en la que nos sentimos atrapados para que se abran paso en este paisaje tenebroso la solidaridad y la esperanza.
Para lograrlo, además habrá que dejar a un lado la pandemia de estupidez y mezquindaz que se propaga por tierra, mar y redes, porque desgraciadamente contra ciertas miserias humanas no se me ocurre más vacuna que la indiferencia.
Incluso será necesario asumir un reto dentro del reto: el compromiso de asomarnos por esta ventana el próximo domingo, cuando tengamos más argumentos para aferrarnos a la ilusión y al optimismo. Tal vez entonces podamos proclamar que el aplauso tiene cada tarde más sentido y que uno solo de los abrazos que estamos almacenando estos días es razón suficiente para mantenernos firmes en la batalla contra el miedo y la tristeza.

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