lunes, 29 de septiembre de 2014

Vivir es fácil con los ojos cerrados

El título de la película inspira esta reflexión el mismo día que la red difunde la imagen de la redacción de una Televisión pública que se levanta contra la manipulación. Coinciden en el tiempo la elección de la cinta de David Trueba para pelear en representación del cine español por el Oscar con la actuación improvisada de un grupo de periodistas de una Televisión pública que reclaman el papel que corresponde al periodismo y a la dignidad profesional.
@sirahtuiter
El periodista que, por norma, no debe ser protagonista de la noticia, sí debe ser garante de la veracidad de la información que se ofrece. Más aún, este caso demuestra que también debe serlo, en la medida que le corresponda, de las noticias que difunde el Medio para el que trabaja. Ese es, en mi opinión, el valor del gesto. De poco o nada sirve ceñirse a la pulcritud propia si no se entiende que la ausencia de rigor, la manipulación o, peor aún, la mentira sistemática emborrona también ese trabajo individual. El descrédito del Medio lo es también de sus profesionales.
De poco o nada sirve parapetarse tras el miedo para mirar a otro lado, como si esa intoxicación premeditada de la realidad no fuese cosa de todos. Hay una responsabilidad por acción pero también la hay por omisión. Combatir a los que cada día se empeñan en pisotear la dignidad profesional y el ejercicio legítimo del periodismo debería ser tarea compartida de toda sociedad democrática que entienda el valor que tiene la veracidad informativa, más aún si se trata de la que se ofrece como servicio público.
Pero poco o nada podemos esperar de esa sociedad si no somos los propios periodistas los que nos levantamos, si optamos por lo fácil, si seguimos sentados -o peor aún de rodillas-  y con los ojos cerrados.



   El título 'Vivir es fácil con los ojos cerrados' está sacado de la letra de esta canción escrita por Lennon en 1966 durante su estancia en Almería para el rodaje de una película

martes, 16 de septiembre de 2014

Carta a la compañera Letizia

Foto: Hola.com
Compañera Letizia:
Permite en primer lugar que me dirija a ti en tu condición de periodista. Posiblemente lo que más aprecio de tu discurso en el Senado es lo que implican tus palabras; un periodista que valora la esencia de esta profesión no deja de serlo nunca, al margen de las circunstancias vitales -ser reina de España, pongo por caso- que puedan surgir en el camino.
Solo alguien que como tal se siente -como periodista digo- puede poner por delante esa condición para hacer un discurso como el tuyo. El elogio a Carmen del Riego es sobre todo un llamamiento -así lo entiendo- hacia los que un día decidimos dedicarnos a esta cosa del periodismo. Hago mías tus palabras sobre los "periodistas valientes" que "dicen no".  Pero bien sabes que dichas por este periodista de provincias o por el más reputado de los cronistas parlamentarios que en el Senado asistían al acto no tienen ni una pizca del valor que las tuyas.
En esos foros tan nuestros ya hay quien saca las uñas y alegan que es fácil decir cosas como estas desde tu posición. Yo creo justamente lo contrario. El valor de tus palabras reside precisamente en decirlas sin tener necesidad de hacerlo; habría bastado con un discurso diplomático recordando la trascendencia del periodismo y su papel fundamental en el asentamiento de la democracia en este país o en cualquier otro del mundo. Pero no te quedaste en eso, recordaste que eso solo es posible con periodistas que "protegen el oficio y lo miman a base de seriedad, rigor y verdad".
Celebro compañera tus palabras valientes porque sabes bien -qué te voy a contar a ti- hasta qué punto te han dicho que tienes que seguir el patrón de reina perfecta que ha sido tu suegra. Yo prefiero a una reina que diga cosas, que además de demostrar que sabe llevar con elegancia la corona sobre la cabeza sea capaz también de demostrar que tiene la cabeza sobre los hombros. Cuántos analistas/tertulianos/todólogos nos han contado la enorme profesionalidad de doña Sofía, su discreción, su saber estar.... siempre al lado del Rey. Yo prefiero una reina que, como mujer y como periodista, encarne otros valores. En el caso del periodismo, compañera majestad, también parece que el valor al alza es el de aquellos que se dedican a ver, oír y callar; que la profesionalidad va de la mano de la sumisión y lejos de "plantarnos" nos dedicamos a contar lo que nos dicen que contemos sin más criterio que el dictado por quién nos manda, aunque no sea un rey.
El otro día -aunque está mal citarse a uno mismo- escribía aquí que el miedo es el peor enemigo de la dignidad y el mejor aliado de la resignación. En eso estamos, compañera Letizia. Estas palabras tuyas el día que cumples 42 años me llevan a una reflexión aún más triste y que percibo con toda claridad en las 'nuevas generaciones' (con perdón) que ahora llegan a las redacciones. Piensan que lo que están haciendo es periodismo y, desgraciadamente, no querrán saber nada de mensajes como el tuyo en el Senado porque nosotros somos unos carcas que no tenemos ni idea de lo mal que están las cosas ahora. "Con los principios no se come", me dijo hace unas semanas un periodista de nuevo cuño, recién salido de la Facultad y, por supuesto, muy apreciado por esos que se ocupan de dictar lo que hay que decir.
Me queda el consuelo de haber vivido y compartido el espíritu de eso que tu definías muy bien, el de "esos periodistas que están, son, creen y que todos los días a pesar los miles de problemas y dificultades se detienen un instante y piensan que sí, que merece la pena estar ahí y contar a todos los ciudadanos lo que pasa".
Felicidades compañera por tu cumpleaños y por ese compromiso con tu profesión, la del periodismo. En la otra que ahora te ocupa, la de reina, permite que te pida que la valentía que reclamas a los periodistas la sigas teniendo en nombre de la corona, que sepas decir no cuando corresponda y, más aún, que recuerdes este mismo mensaje -tu que tienes oportunidad de hacerlo- a los que llevan tiempo sentados en el trono ciscándose en el periodismo y en la madre que parió a todos esos valores que tu con buen criterio has recordado en el Senado.

Atentamente:
Jesús Espada, periodista.




sábado, 13 de septiembre de 2014

En el ojo de la tormenta

Vaya por delante que en esto del cine me pasa como con el vino. Mi criterio está basado únicamente en lo que me gusta o no me gusta.
No necesitamos ser expertos para eso, aunque entiendo también que cuanto más conoces de las cosas más opciones tienes de disfrutar de ellas.
Dejando claro, por tanto, que esto no pretende ser una crítica cinematográfica me parece que  'El ojo de la tormenta' es una de esas películas perfectamente prescindible. Tampoco pasa nada por verla, no es de las que te tienen desde el primer cuarto de hora mirando el reloj ni de las que provocan ese sopor que te acaba por vencer por más que luches y te remuevas en la butaca. Un amigo mío dice que, en origen, la costumbre de consumir  palomitas y coca cola en el cine tiene relación directa con el sueño que provocan ciertas películas. No es el caso. Tampoco es de esas que te hacen salir del cine con un cabreo monumental pensando en los siete euros y, sobre todo, en la hora y media que acabas de malgastar.
No puedo decir si los efectos especiales, la fotografía y otras cuestiones técnicas son dignas de elogio o del montón.
Así que me centraré en el comportamiento humano en tiempos tormentosos.
Resulta que hay profesionales de las tormentas, tipos que hacen de ellas su forma de vida; van a su encuentro y si pudieran (todo se andará) ellos mismos las provocarían; entienden que los efectos que causan son un mal menor comparado con los beneficios que obtienen de ellas.
Los hay también que se meten en las tormentas pero lo hacen como simples aficionados. Sobre todo simples, porque son tontos, tontos de baba (que diría el Sabio de Hortaleza) que hacen de la estupidez su razón de ser porque esa es una 'cualidad' (otro buen asunto para la reflexión) que también cotiza al alza. Los primeros son cazadores de tormentas, los segundos cazadores del vídeo de oro.
Luego están los que no se enteran o no se quieren enterar; los que se empeñan en no querer ver lo que se les viene encima por más que una legión de hombres del tiempo se lo estén advirtiendo.
Y luego están los 'desgraciaos', los que no se libran de tornados, huracanes, rayos y truenos porque ellos mismos atraen, sin remedio, todo tipo de fenómenos adversos incluidos los que la naturaleza provoca.
Dudo que el director de esta película tratase de construir semejantes personajes y menos aún trasladar esa imagen a otra cosa que no sea la de los vendavales tormentosos.
Espero, eso sí, que este análisis personal no sea argumento suficiente para que alguien se anime y decida ir a verla. Por si acaso no destriparé el final, aunque ¿quién no sabe lo que viene después de la tempestad?.



Pd. No deberíais dejar de escuchar la Tormenta. Versión La Mandrágora.




miércoles, 10 de septiembre de 2014

Miedo

Tengo para mi que una de las peores cosas que nos ha traído la crisis es la dictadura del miedo. Está en todas partes y parece extenderse sin control; pero no es cierto, creo más bien que es precisamente el manejo preciso del miedo y su estratégica difusión la que hace aún más mortíferos sus efectos.
Cada cual gestiona sus miedos como puede, como le dejan, como Dios le da a entender, con egoísmo calculado, sin pudor, con maldad, sin remedio, con vino, a palo seco, en compañía de otros o solo.
Tenemos miedo a hablar y mucho más a decir lo que pensamos. Pero también nos asusta quedarnos callados porque alguien, sin duda, interpretará de forma interesada nuestros silencios. 
Sabemos que callar nos hace cómplices, pero enfrentarse al miedo es una opción poco probable y demasiadas veces se impone la cobardía. Optamos entonces por salvar nuestro culo aunque ello suponga que le den por ahí mismo al que haga falta, aunque ese alguien fuera amigo o aliado en otro tiempo no lejano. No importa que otros caigan porque el miedo es un escudo magnífico en el que poner a resguardo nuestra conciencia malherida, suponiendo que alguna vez la tuviéramos. 
El miedo es el peor enemigo de la dignidad y el mejor aliado de la resignación
El miedo es la excusa perfecta para no hacer lo que de sobra sabemos que deberíamos hacer; por nosotros mismos, por las generaciones que nos trajeron hasta aquí, por nuestros hijos... 
El miedo nos mantiene en el rincón encogidos, con la cabeza entre las piernas, con los ojos cerrados... como si eso nos hiciera invisibles, como si eso nos garantizase quedar a salvo, como si lo único importante fuera sobrevivir un minuto más, una hora más, un día.... Como si vivir en realidad se hubiera convertido en un tema menor, en objetivo secundario. 
Tenemos tanto miedo que estamos dispuestos a dar las gracias si no nos pisan demasiado fuerte. Y lo peor de todo es que estamos interiorizando tanto el miedo que damos por sentado que las cosas son así, que solo pueden ser así o, peor aún, que podrían ponerse mucho peor. 
Nos estamos acostumbrando. Parece que el estado natural de las cosas es esta sensación de estar cagados de miedo; por lo que sabemos, por lo que intuimos, por lo que pueda venir o por lo que nunca existió.
Tenemos tanto miedo que podemos escribir teorías como esta sin decir abiertamente de qué o de quién estamos hablando porque, para hacerlo, habría que echarle un par de cojones.



jueves, 4 de septiembre de 2014

No es periodismo

Pueden seguir tomando por idiotas a todos. Pueden seguir tratando de engañar a todo el mundo, aunque solo lo consigan con unos pocos mientras encabronan a una inmensa mayoría. Pueden mentir, censurar, provocar, trasvasar vecinos... Pueden echar mierda en las calles y piedras en las carreteras para mostrar las nefastas consecuencias que tiene dar el voto a la opción equivocada. Pueden ciscarse en la credibilidad del Medio y de sus profesionales. Pueden convertir en enemigo a todo aquel que no demuestre incondicional adhesión al Régimen y machacar sin contemplaciones a los que osen discrepar. Pueden acojonar –porque pueden- a la mayoría silenciosa. Pueden cobijarse tras el manto de la impunidad que han tejido los mismos que otrora clamaban contra el sectarismo. Pueden seguir colocando amiguetes a su antojo. Pueden saquear la caja, pueden beberse hasta la última botella de  vino, pueden trasegar tertulianos, cultivar cuernos y vomitar rótulos. Pueden engrasar la máquina picadora de carne por si alguno aún no se ha enterado de quién manda aquí. Pueden pisotear el orgullo de sus mamporreros y de aquellos que hacen méritos cada día para serlo. Pueden pasarse la legalidad por el arco del triunfo. Pueden hacer lo que les salga de sus mismísimos desvaríos porque los que deberían impedirlo no solo se lo consienten sino que les alientan a hacerlo. 
Poco o nada se puede pedir –menos aún exigir- a quien así se maneja. Pero al menos sería deseable,  por la parte que a uno le toca, que no lo hagan en nombre del periodismo.