jueves, 8 de diciembre de 2022

Esteban Pérez, 30 años en el recuerdo

No seré original, ni en el mensaje ni en la imagen que lo acompaña. Un 8 de diciembre de 1992 se nos fue Esteban Pérez. 30 años después pervive este impulso por recordar la fecha y evocar en unas pocas líneas al periodista y al amigo, al compañero de profesión y de piso, al compañero del alma. 
Su ausencia nos ha acompañado en este recorrido de seis lustros. En los episodios más relevantes que la vida nos ha deparado en este tiempo hemos echado de menos al periodista y al amigo. En ambas facetas su aportación siempre fue valiosa, tanto que tres décadas después le seguimos teniendo presente, muy presente. Y eso explica, supongo, este impulso que me lleva a rendirle un pequeño homenaje y hacerlo por escrito me permite comprobar que las palabras siguen tan vigentes como hace cinco años: 

Cada 8 de diciembre se hace inevitable rememorar la tristeza de aquel momento y vuelve este impulso que me lleva a dejar constancia de un sentimiento que comparto con toda esa gente en la que dejaste una huella que no han podido borrar los 25 años que han pasado desde entonces.
Al escribirlo adivino la emoción de los que aquel día de la Inmaculada del 92 ya intuían, como yo, que el tiempo nunca podría cerrar completamente la herida y que, desde luego, nada podría ocupar del todo ese espacio que dejabas. Ellos fueron testigos y receptores de esa vitalidad tuya, de esa capacidad para contagiar alegría, para generar buen rollo alrededor. Saben de lo que hablo cuando te recuerdo como un tipo que hizo de la sencillez su mejor virtud, que se entregaba con pasión a su profesión, a la radio, a su gente, a su pueblo...Hablo del periodista cabal, del hombre honesto, del amigo leal.

El mensaje no es diferente al que ya quedó plasmado en otra carta escrita en 2012 cuando se cumplieron 20 años de ausencia y nos reunimos aquellas gentes de la Antena 3 de la calle Comercio que compartimos micrófono y muchas más cosas con Esteban Pérez.

Querido Esteban:

Conociendo tu alma de periodista, te supongo al tanto de todo lo que ha ocurrido en estos 20 años que han pasado desde que te marchaste. Lo que a lo mejor no sabes es que estos días hemos estado en contacto los que compartimos micrófono contigo en aquellos estudios de Antena 3 Toledo de la calle Comercio; estamos preparando un reencuentro para refrescar juntos los recuerdos de aquella época. Y no creo que te sorprenda la reacción unánime cuando hablamos de ti. Todos seguimos los caminos que la vida nos marcó desde aquél 8 de diciembre de 1992;  pero todos compartimos, sin duda, la huella imborrable de tu amistad, de esa ilusión contagiosa por lo que hacíamos, de tu alegría vital...
Por eso, por aquélla vitalidad y alegría tuya, no me perdonaría que esta fuese una carta triste, ni tampoco será triste esa cita de los que te conocimos. Aunque deberás perdonarnos si en algún momento la melancolía o la añoranza de tu ausencia se cuela en esa reunión o en estas pocas líneas. Tú eres el mejor ejemplo de que nadie muere del todo mientras alguien mantenga vivo su recuerdo. En tu caso, es evidente, que se trata de un recuerdo cargado de cariño. “No te imaginas las veces que me acuerdo de Esteban”, me decía un amigo común hace un momento.
No es cierto –si acaso una verdad a medias- que ‘20 años no es nada’. Caben muchas cosas en cuatro lustros; pero al evocar aquéllos días de trabajo y amistad, al ver las viejas fotos y escuchar alguno de aquellos momentos que compartimos en antena, es inevitable pensar que la vida habría sido diferente –mejor desde luego- si hubieras seguido por aquí.
Recibe el abrazo enorme de los que te queremos.
Jesús Espada

Esteban Pérez, periodista de Valmojado (Toledo) y jefe de deportes de Antena 3 en Toledo, murió el 8 de diciembre de 1992 a los 31 años de edad. La foto es un enorme regalo que me hizo Ángel García y corresponde a un partido de fútbol sala en el pabellón Salto del Caballo. 

domingo, 4 de diciembre de 2022

De las raíces y las redes

La foto es de agosto del 81 y en ella me he reencontrado por sorpresa con el adolescente que fui en la plaza del pueblo, en San Pedro Palmiches (Cuenca). La hizo Manuel Crespo cuando todavía conjugábamos el verbo veranear y la ha compartido en Facebook 40 años después. Confieso que, además de la sorpresa, ha sido inevitable cierta emoción al contemplarla. Me explico.
Aunque ahora pueda parecerlo, no es una imagen frecuente de la época porque en aquellos años había que dosificar los carretes y normalmente  se reservaban para las celebraciones; la mayoría de las fotos del verano en el pueblo se hacían en la Fiesta, sobre todo en la procesión, con las mejores galas, subiendo a los niños en las andas de la Virgen. No es el caso.
En agosto del 81 había una sola línea de teléfono en el pueblo, nadie imaginaba entonces que un día todos llevaríamos un móvil en el bolsillo con cámara digital incorporada. Cualquier día de agosto de 2021 se habrán hecho cientos o miles de fotos en la plaza, pero la fotografía de Manuel debió ser un pequeño acontecimiento; aunque no recuerdo el momento exacto ni los comentarios que provocó la iniciativa, imagino que reunió a los que estaban por allí en ese momento y posaron de manera improvisada para la ocasión sin que hubiera un motivo especial para hacerlo.
Estos días he observando la foto y he seguido con interés el debate en las redes que se ha suscitado a cuenta de la identidad de los que que aparecen en ella. Por la parte que me toca, ha sido imposible no dejarse llevar por el vértigo que los años provocan al mirar a ese joven imberbe que tenía todo por hacer. Y en cuanto al grupo, aunque es bien sabido que cualquier tiempo pasado fue distinto, tampoco ha sido posible abstraerse del efecto nostálgico que provoca la estampa al hacer repaso de los que posaban aquella mañana de verano y comprobar que muchos de los que estaban -la mayoría- ya se fueron
Ser el más joven del grupo fue solo una circunstancia casual del momento, pero me concede hoy el privilegio de seguir por aquí para contarlo y me permite también entender que hay cosas que aprecias de otra manera con el paso de los años. Me refiero, por ejemplo, a esos lazos imperceptibles a simple vista pero que, sin duda, existen y le otorgan unidad a ese grupo desordenado de hombres de varias generaciones que aquella mañana se colocaba ante la cámara de Manuel. 
Supongo que esos lazos explican en parte la emoción que la foto ha provocado estos días cuando ha ido circulando por los grupos de familiares y amigos del pueblo. Tiene que ver precisamente con la huella que dejaron en esa plaza y en nosotros los que nos precedieron, un legado que no se puede medir, pero que tiene relación directa con ese sentimiento que percibimos cada vez que volvemos a ese lugar y pisamos de nuevo las calles o las eras, cuando volvemos a bañarnos en el río o entonamos la Salve. Somos lo que somos porque elegimos cada día -con mejor o peor criterio- el camino por el que avanzamos, pero también por la herencia recibida y por esas raíces que ahora incluso se extienden por las redes. 
Será porque 40 años me acercan a ese papel o porque tengo la suerte de seguir contando con ellos, pero esta foto me parece una buena razón para reivindicar a nuestros mayores, para valorar su aportación a la causa. Aunque aún no lo sepan, los nietos y biznietos de los que en ella aparecen, algún día también sentirán el orgullo de pertenencia a esa tierra y a esos paisajes, el apego a esas gentes con las que compartimos una impronta que quedó inmortalizada en la foto que hizo Manuel un día cualquiera del mes de agosto del 81.