domingo, 24 de julio de 2016

(Entre paréntesis)


Hagamos un paréntesis en la apasionante cacería del pokemon para adentrarnos en el mundo de las reflexiones intrascendentes.
Seguramente no se ha abordado lo suficiente el valor del 'paréntesis', como concepto general. Tratemos de poner algo de luz en la cuestión. Es lo que tiene el paréntesis vacacional; nos empeñamos tanto en desconectar que a veces nos vemos transitando por terrenos escarpados a los que no sabemos como hemos ido a parar y en serio riesgo de despeñarnos.
Hay paréntesis -aplíquese a la escritura o a la vida en general- que lo explican todo, otros que no aportan nada y unos cuantos que no vienen a cuento.
Si nos fijamos bien, nos pasamos la vida deambulando entre paréntesis: aquél amor de verano, la mili, la Universidad, el matrimonio...
En muchos casos son inevitables y no cabe más opción que tratar de sacar el máximo provecho de ellos o minimizar los daños que nos causan. Podría decirse que la felicidad está condicionada en gran medida por la capacidad de estirar o achicar, según el caso, ese espacio/tiempo.
Otros los decidimos de manera más o menos voluntaria; siempre las circunstancias deciden con nosotros y no siempre acertamos en el porcentaje de influencia que dejamos en sus manos.
Con carácter general, se podría decir que el abuso del paréntesis provoca una sensación inevitable de atropello permanente, de avanzar a trompiciones. En el otro lado hay que situar a los que administran con racanería el uso y disfrute del paréntesis. Anteponen la experiencia a la esperanza y, aunque a veces no lo sepan, dejan de lado esa oportunidad que nunca dejan de soñar. O peor aún, caen en la cuenta de ello y quedan instalados en la duda, en ese regusto amargo de lo que pudo haber sido.
Es importante evitar atascos. Sucede cuando nos empeñamos en abrir paréntesis dentro de los paréntesis, es decir sin cerrar el anterior. Tratamos de contar o de vivir una historia dentro de otra historia, mezclamos la principal con la subordinada y en vez de enriquecer el relato lo hacemos confuso, por momentos ininteligible; finalmente habrá que volver atrás cuando caigamos en la cuenta de que incluso nosotros, que supuestamente sabemos lo que queremos contar o vivir, hemos perdido el hilo.
Si reparamos en ello, veremos que algunos de los momentos más hermosos de la vida ocurren entre paréntesis. Bueno sería, por tanto, echar mano de fórmulas que nos permitieran encontrar el momento y el tiempo adecuado, sin forzar la apertura ni renunciar -llegado el caso- al cierre, mimando como merece la experiencia vital que acontece. Lo siento, es evidente que no conozco esas fórmulas; si acaso, cabe recordar que hay reglas gramaticales a las que estamos sometidos en el uso de los signos de puntuación y hay normas no escritas que intervienen en ese otro uso del concepto que nos ocupa. No está admitido ni tiene sentido colocarlos entre sílabas o letras de una misma palabra; de la misma manera que nos pueden hacer paréntesis -pongamos por caso- en el am (   ) or. A la vista está.
Los paréntesis sirven en muchas ocasiones para aportar información complementaria o una aclaración. No es el caso, lo sé, pero el mundo blog te permite estas licencias. 
Volvamos a la tarea, que Pikachu  no entiende de incisos





PD. Estas cosas de la vida pueden ser tan complicadas o sencillas como bailar un vals. El Kanka lo explica con mucho estilo.




lunes, 4 de julio de 2016

...y en el último trago nos vamos


Mi borracho de cabecera está sembrado últimamente; desde que descubrí los chupitos de jägermeister la terapia me sale mucho más barata comparada con la noche de copas.
Admiro la capacidad de este tipo para destilar el alcohol en el cerebro; la única resaca que recuerdo provocada por ese brebaje maldito aún me taladra alguna neurona que logró sobrevivir a una noche de San Valentín en la que salí de casa con aspiraciones de príncipe azul y regresé convertido en repugnante sapo verde; sospecho que los besos que nunca dimos nos persiguen ya para siempre.
Pero mi psicoanalista de barra, experto catador de venenos, se viene arriba con el castigo; su lucidez es tanto mayor cuanto más se aproxima a lo que para cualquiera sería un coma etílico. En esos momentos desborda una extraordinaria capacidad de persuasión y puede conseguir, por ejemplo, que te vayas a casa con la certeza de que estás en perfectas condiciones para conducir o incluso convencido de que no hay sueños imposibles ni motivos para dejar de luchar por ellos.
Anoche incluso consiguió que me comprometiera a dejar constancia por escrito de las bondades del tratamiento por si pudiera ampliar, dice, su cartera de clientes. No seré yo el que afirme la eficacia de sus reflexiones, pero al menos la ocasión me permite seguir estirando el repertorio de este espacio que, como tengo dicho, no es más que un ejercicio mental para el desahogo con un toque de provocación.
O dicho de otra forma, todo lo anterior no es más que una excusa para acercarme a la temática de una de esas canciones que se aparecen por algún motivo y que me apetecía compartir; he elegido esta versión en la que queda bien reflejado aquello que dijo de ella Sabina: Quien pudiera reír como llora Chavela.