viernes, 4 de septiembre de 2020

30 'de momento'

Verano del 90. En la redacción de La Voz del Tajo de Talavera de la Reina la música de fondo es una sinfonía interpretada por cientos de dedos que aporrean sin compasión las teclas; un estruendo sosegado y rítmico que fluye al compás del tintineo de los timbres que acompañan el ir y venir de los carros de las viejas Olivetti.
Seguro que la memoria ha distorsionado la realidad, pero después de tanto tiempo los que por allí pasaron me perdonarán la licencia; lo recuerdo como un lugar con encanto, un buen plató de 'Cuéntame', cuidadosamente desordenado, con sillas destartaladas y mesas requemadas entre cerros de colillas que desbordaban ceniceros de cerámica, vasos con restos de cualquier bebida imaginable y teléfonos de cables retorcidos... Y papeles, muchos papeles, montañas de folios y cordilleras enteras de periódicos por todos lados. 
Posiblemente no era así, pero diría que las paredes tenían un tono marfil 'nicotina' y una densa cortina de humo abrazaba la luz de los fluorescentes. El ambiente estaba tan cargado a última hora de la tarde que costaba respirar sin un pitillo en la boca.  En aquella redacción de la calle Marqués de Mirasol aún usábamos un aparato llamado tipómetro -del que los periodistas más jóvenes posiblemente ni siquiera han oído hablar- con el que calculábamos las líneas que necesitábamos escribir para completar nuestra noticia en una maqueta que también diseñábamos sobre la hoja en blanco. 
No se trata de mitificar nada, entre otras cosas porque lo realmente valioso de aquella época -aunque entonces no lo sabíamos- era la edad que teníamos. Cualquier tiempo pasado fue distinto, ni mejor ni peor, era el que tocaba entonces; pero es cierto que aquél becario que fui tuvo la ocasión de tomar contacto por primera vez con ese lado bohemio y canalla del periodismo de provincias, ese que aún habitaba en la barra del bar de la esquina. Las noticias se pescaban al modo artesanal, con caña y anzuelo, nada de redes. 
Creo que fue entonces cuando descubrí que la vida era un titular a cuatro columnas en página impar o la tinta que impregnaba los dedos tras recorrer las páginas aún calientes de la primera edición recién parida en la rotativa. Me gustaría creer que algún influjo me quedó también del cuidado exquisito que le daban a la palabra gente como la admirada y llorada MAS (María Angeles Santos) y el respeto por el lenguaje con el que se envolvía en aquella redacción un periodismo pegado a la tierra.
Nunca vi mérito alguno en los que proclaman que 'nadie les ha regalado nada'. Presumo de lo contrario; la vida ha sido -está siendo, perdón- muy generosa conmigo. Mucho más que yo con ella, me temo. He recibido muchos regalos y seguramente no todos merecidos, ni valorados en su justa medida. Uno de los más importantes se lo debo a los que confiaron en aquel novato que, pasado el verano, se hizo cargo de los Deportes en la delegación de La Voz en Toledo. Todo lo que ha venido después tuvo su origen (gracias maestro Igrosso) en aquel 'regalo'. 
Me ofrecieron también la posibilidad de escribir mi propia columna de opinión; después de darle muchas vueltas, decidí llarmala 'De momento'. Entonces no lo sabía, pero imagino que algún resorte interno ya intuía que estaba llamado a instalarme en este territorio de una provisionalidad permanente del que nunca -al menos 'de momento'- me he decidido a salir. 
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Este mes de septiembre se cumplen 30 años desde que llegué a otra redacción, con balcones a Zocodover y entrada por Barrio Rey. 30 años, toda una vida, tal vez un breve suspiro, en todo caso el tiempo justo para proclamar con orgullo mi toledanismo. Sin rancias pretensiones ni alardes, sin exclusiones, sin disputas vecinales estériles ni pactos de sangre, sin necesidad de renunciar a mis raíces conquenses ni a la cuna castiza. Llegué tarde para ser TTV de nacimiento pero decidí serlo por convencimiento, aunque es posible que más de uno me cuestione los méritos para acceder a tal distinción. Los toledanos somos así, bolo
No caben tres décadas en unas lineas, ni lo pretendo. El Toledo es mi equipo y el Salto del Caballo es mi casa. Soy de Fede, del Greco, de Arfe, de la vuelta al Valle, de las carcamusas del Ludeña, las bombas del Trebol y los churros de Catalino. Y me duele el Tajo, ese trazo ondulado que dibujó en el mapa el camino que me trajo desde Talavera hasta Toledo; incluso si nunca mas volviera a ser un río, el Tajo siempre será mi río, aunque confieso que alguna vez he soñado con salir a navegar por las aguas caudalosas del Amazonas.
Septiembre siempre fue un mes especial por muchas razones, sobre todo por lo que implica de renovación, de cambio de ciclo, de inicio de curso, de nueva temporada, de retos para encarar el último tramo del año.... Tres décadas después, desde el otoño de la vida, produce cierto vértigo evocar aquel mes de septiembre, cuando todavía era primavera. Pero el becario que llevo dentro se afana en recordarme que la pasión no entiende de estaciones. Y el veterano que carga con la mochila de los años me mantiene en alerta para que no me pierda ni un detalle de los ocres y los rojos otoñales que vendrán a teñir los árboles con sus colores más hermosos. 
No vendría a cuento distraernos con la melancolía, ni dejar que el miedo o la resignación ganen la batalla más importante que nos queda por librar, la del día a día. Y al menos de momento, queda demasiado lejos el invierno como para empezar a planear ese tiempo en el que tal vez la vida nos regale la oportunidad de acurrucarnos frente a la chimenea junto al amor de verano que llegó para quedarse.