domingo, 3 de mayo de 2020

Dilemas dominicales en tiempos de pandemia

Los domingos de pandemia se clavan en el ánimo como los kilómetros en las piernas de los ciclistas en una etapa de montaña. Cuando se supone que ya has superado la parte más dura del reccorrido, el hombre del mazo (el amigo Escribano sabe lo que digo) llega en una tachuela de tercera y te dice que la próxima pedalada será la última. Pero levantas como puedes la mirada y, de reojo, alcanzas a ver la próxima curva, que se convierte en el único objetivo, porque al llegar allí -aunque ahora no lo parezca- sabes que seguirás pedaleando.
Desde la curva de un domingo de pandemia del mes de mayo crees atisbar a lo lejos la cima del puerto y, si consigues echar la vista al otro lado, puedes apreciar el zigzag de asfalto que se enrosca entre los árboles; el camino que ya has dejado atrás te ayuda a entender mejor lo dura que ha sido la escalada para llegar hasta aquí. Y aunque sea imposible disfrutar del paisaje sabes -o pretendes convencerte de ello- que merecerá la pena el esfuerzo cuando logres cruzar la línea de meta.
Los domingos de pandemía tienen un sabor ácido -a veces agrio- como el de esos partidos que fueron manjar exquisito y que los canales de deportes nos sirven enlatados estos días. La competición dominical ahora es otra y lo de jugar siempre en casa no te da ninguna ventaja cuando lo haces a puerta cerrada. En todo caso, hay momentos como este en los que puede venir bien este afán que siempre tuvo uno por aplicarse en defensa, por no descuidar ni un segundo la marca, sobre todo si el adversario es peligroso y escurridizo. Solo si la cosa se pone muy fea habrá que tirar del manual que escribieron los centrales de antaño, ese que proclama en el primer capítulo que "si pasa el balón no pasa el atacante".
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Los domingos de pandemia te ponen a prueba con dilemas como el del juego limpio o los tres puntos, más asumible ahora que tenemos  el VAR en cuarentena. Aunque hay otros dilemas que resultan más difíciles de solventar porque tratan de hacerte elegir entre la lejía y el alcohol, el yin y el yang, el blanco y el negro o entre la gimnasia y la magnesia... Dilemas que pretenden hacerte escoger entre el gol de Señor a Malta, el de Iniesta en Sudáfrica y el de Ramos en el minuto 93 de Lisboa. Dilemas que te invitan a decidir entre lanzarte a escribir una carta de amor o echarte en los brazos del desamor.
No esta nada claro si hay dilemas que nunca deberías de hacerte un domingo de pandemia o si -por el contrario- nunca deberías dejar de hacértelos si la vida te pone en estado de confinamiento.
Los domingos de pandemia tienen sus cosas. Hasta tratan de hacerte creer que convivir con nuestros miedos y fantasmas forma parte de una nueva rutina. Nos ponen a prueba con dilemas y desafíos para los que no tenemos respuesta y menos aún si pretendemos que sea la respuesta adecuada.
Hay domingos de mayo y pandemia que entienden a su manera lo del día de la madre y, si se empeñan, pueden enredarse y enredarnos en nostalgias que no alivian los teléfonos ni las redes. Hay dilemas que ya están resueltos antes incluso de plantearse. Los paseos y carreras al sol alivian confinamientos pero no pueden llenar los abrazos ahora vacíos.

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