domingo, 26 de abril de 2020

Sonetos dominicales en tiempos de pandemia

Escribimos sin querer la historia de otro domingo de pandemia. El relato inverosímil de estos días en los que todo es lo que parece, aunque todo nos parezca mentira.
En las conversaciones intrascendentes de un domingo de pandemia se nos vienen a la mente imágenes que nos acercan al precipicio de las emociones contenidas pero irresistibles. Me habla una amiga del 'efecto montaña rusa' en el que transitamos, con subidas y bajadas vertiginosas a través de un estado anímico convulso y agitado. Supongo que ella también anhela el momento de cambiar la montaña rusa por el tiovivo.
Los expertos en virus, pandemias y cuarentenas -es decir todo el mundo- no descansan los domingos y hoy también nos ilustran con las recetas sobre lo que tenemos que hacer parea salir de esta, lo que no deberíamos haber hecho jamás y, sobre todo, nos ofrecen un completo catálogo de personajes -buenos, malos y peores- para hacernos más asequible la inevitable y necesaria búsqueda de los culpables.
Necesitamos héroes a los que aplaudir y villanos a los que pegar con la cacerola en la cabeza. Sin matices para lo bueno y sin perdón para los malvados; esos que se afanan por hacer aún más trágica la tragedia.  Juzgamos, sentenciamos y ejecutamos por la vía rápida, sin miramientos. Después del linchamiento, eso sí, nos lavamos bien las manos con agua y jabón para desinfectar conciencias.
Los domingos de pandemia nos aplicamos -aunque solo a ratos- a la tarea de resistir. Porque es lo que toca, porque no queda otra, para que no se diga, porque es lo que se espera de nosotros, porque estamos mal pero menos mal que estamos.
Estos domingos cautivos de abril nos sitúan a tiro de semana de un domingo de mayo en el que tal vez tengamos más cerca la vuelta a esa normalidad que añoramos. Tiempo tendremos para lamentar después que muchas cosas ya nunca serán normales.
Estos domingos de primavera confinada y pandemia se sirven templados y desprenden un aroma entre dramático y surrealista. Tal vez algún día tendremos que asomarnos por este desván en el que vamos acumulando ideas desordenadas y pensamientos desaliñados para asegurarnos de que hubo domingos como este.

Solo en este contexto se explica la osadía de colocarnos el disfraz de poeta (con perdón) para arrancarle una rima consonante con traje de soneto a este domingo de pandemia.

  • SONETO PARA UN DOMINGO DE PANDEMIA 
  • Esta vida entre muros confinada, 
  • esta pandemia de dolor y pena, 
  • este abrazo que guarda cuarentena,
  •  esta muerte que no respeta nada. 
  •  
  • Este miedo clavado en la mirada, 
  • estos besos que cumplen su condena, 
  • esta soledad que todo lo llena, 
  • esta falsa moral desinfectada. 
  •  
  • Este adiós que no admite despedida, 
  • este aliento colgado en los balcones, 
  • este virus que al corazón embrida. 
  •  
  • Con esta primavera hecha jirones, 
  • con esta libertad desguarnecida, 
  • no se gana esta guerra por cojones. 








domingo, 12 de abril de 2020

Latidos dominicales en tiempos de pandemia

Lo bueno de este domingo es que ya han pasado siete días desde el anterior y que solo nos falta una semana para el siguiente.
Lo bueno de este domingo es que seguimos por aquí para contarlo y que hemos asumido el reto de volver por este rincón bloguero para recordar que vuelve a ser domingo y que seguramente, si nos lo proponemos, podremos rescatar algún pequeño tesoro entre los restos de este naufragio.
Lo bueno de este domingo es que amanece, aunque incluso eso ahora nos parezca poco y que la lluvia se ha saltado el confinamiento, como tratando de brindar un aplauso especial a la gente del campo.
Lo bueno de este domingo es que, entre domingo y domingo, hemos acumulado cierto grado de experiencia en el tránsito por este territorio inhóspito en el que nos hemos metido sin querer. Nos hemos acostumbrado a escucharlas y ya no nos asustan tanto las balas que no dejan de silbar junto al oído. Y estamos aprendiendo a desinfectar nuestro entendimiento ante tanto experto epidemiólogo que nos ilustra con su sabiduría de barra de bar, trasladada ahora a las redes.
Lo bueno de este domingo -aunque no tengo tan claro que esto sea bueno- es que, poco a poco, estamos asumiendo que podemos sentirnos tristes a ratos sin que necesariamente tengamos que sentirnos culpables por ello. Sin que tengamos la sensación de estar robando una porción de tristeza que, en justicia, le corresponde a esas otras tragedias y situaciones angustiosas que ya todos conocemos.
Lo bueno de este domingo es que abril avanza entre las sombras y dicen que le estamos retorciendo el brazo a la puta curva esa.
Lo bueno de un domingo como este, aunque no parezca un domingo, es que desde la ventana podemos ver que los árboles siguen ahí afuera y que incluso alguno de ellos, cansado de esperar, se ha pasado por casa en busca de un abrazo.
Lo bueno de este domingo es que hoy también Aute ha resucitado, aunque solo sea para recordarnos lo  "terriblemente absurdo que es estar vivo... sin tu latido'"








domingo, 5 de abril de 2020

Retos dominicales en tiempos de pandemia

Cuando la vida era normal, llegados a estos primeros días del mes de abril ya teníamos bastante asumido que muchos de los retos que nos marcamos al comienzo de año empezaban a agolparse en el cajón de los asuntos pendientes.
A decir verdad, esta vez las cosas iban bastante encarriladas. Cuando retiras la candidatura al título de mejor padre del mundo, de hijo ideal, de vecino perfecto, marido más fiel o la de mejor amigo del hombre las cosas son más llevaderas. Disminuye la presión cuando los propósitos son más realistas, cuando renuncias expresamente a tratar de volver a tener 25 años, incluso en los días en los que te sientes insultantemente joven; cuando ya no aspiras a llegar a marte en una nave espacial y te conformas con seguir dando una vuelta por la luna de vez en cuando; cuando asumes que no vas a poder atacar al pelotón en plena escalada al Tourmalet, pero mantienes el pulso con la estática del salón para mejorar el tiempo de ayer.

Pero en tiempos de pandemia, los retos cambian y el cuarto domingo en estado de alarma te planteas, por ejemplo, encontrar la manera de volver a asomarte por esta ventana bloguera. Escribir siempre fue una terapia, pero en estas noches de insomnio y pesadilla todos los intentos terminaron estrellándose contra los muros de la tristeza y el miedo.
Seguramente porque resulta imposible transitar con cierto tino por la maraña de sentimientos, propios e inducidos, que nos inundan y nos desbordan. Nos arrastra una catarata de emociones -contenidas o incontenibles- que nos mantiene en estado de congoja permanente.
Y en ese estado, las ideas y las palabras con las que tratamos de contarlo deambulan por cada frase de la misma manera que nuestros cuerpos se mueven como sombras asustadas por las calles desiertas. El miedo lo impregna todo y no hay manera de explicar lo inexplicable, no podemos sofocar los efectos de este mal sueño por más que tratemos de alcanzar el siguiente punto y aparte pensando que doblaremos la esquina y nos toparemos con la algarabía de una plaza repleta de vida.
En estas condiciones tampoco parece probable armar un discurso medianamente coherente. Ni siquiera lo pretendo. Todos hemos tenido miedo y hemos estado tristes muchas veces, pero no habíamos experimentado este miedo colectivo, esta tristeza viral y vital que compartimos ahora. No sabíamos que no somos invencibles aunque estuviéramos convencidos de ello.
El reto dominical consiste en desbrozar esta enorme selva de rabia, incertidumbre e impotencia en la que nos sentimos atrapados para que se abran paso en este paisaje tenebroso la solidaridad y la esperanza.
Para lograrlo, además habrá que dejar a un lado la pandemia de estupidez y mezquindaz que se propaga por tierra, mar y redes, porque desgraciadamente contra ciertas miserias humanas no se me ocurre más vacuna que la indiferencia.
Incluso será necesario asumir un reto dentro del reto: el compromiso de asomarnos por esta ventana el próximo domingo, cuando tengamos más argumentos para aferrarnos a la ilusión y al optimismo. Tal vez entonces podamos proclamar que el aplauso tiene cada tarde más sentido y que uno solo de los abrazos que estamos almacenando estos días es razón suficiente para mantenernos firmes en la batalla contra el miedo y la tristeza.