Antes de que agosto dicte sentencia, no me resisto a darle unas pinceladas al lienzo de este mes de julio que casi tenemos secando al sol y que ha venido a demostrarnos que la nueva normalidad queda lejos de la vieja realidad. Como suponíamos, los codazos no pueden llenar el espacio que ocupaban los abrazos ni las sonrisas han aprendido a sobrevivir bajo la mascarilla, pero también hemos constatado en julio que -sin llevarle la contraria al maestro Sabina- todavía quedan islas para naufragar y, en algunos casos, con vistas al mar y árboles junto a la playa
La realidad -la nueva también- la vamos construyendo a trompicones entre brotes y rebrotes, entre el miedo a los contagios y el anhelo por recuperar el terreno perdido en esa parcela de la independencia vital que nos permitía movernos, tocar y respirar sin complejos ni temores. Afrontamos la cruda normalidad con las cicatrices que este territorio inhóspito por el que transitamos nos ha dejado en la piel en forma de dudas existenciales. Y también con alguna certeza con la que tal vez algún día encontremos la manera de enfrentarnos.
Pero julio nos ha recordado además que ese tiempo que resbala por las paredes de cristal del reloj de arena también nos pertenece y, aunque el mundo se detenga hasta quedar amontonado e inerte, podemos darle la vuelta para que todo vuelva a empezar.
Siempre queda la opción de dejar las cosas en el sitio que aparentemente le corresponden, o esperar una señal para hacer girar el reloj. Un buen amigo me cuenta emocionado que este mes de julio le ha dado la oportunidad de capturar uno de esos momentos que la vida te regala cuando no lo esperas, uno de esos instantes fugaces que quedan grabados para siempre en ese lugar en el que reposan los suspiros. Aunque todavía -dice- esté intentando averiguar si fue el comienzo de una historia que está por escribir o el desenlace de un sueño imposible. No me resistía a contarlo.
El caso es que este mes de julio nos ha hecho aún más expertos en pandemias y nos ha cargado la mochila con viejos y nuevos temores. Pero también nos ha permitido fabricar recuerdos que forman ya parte de las provisiones de las que podremos echar mano para sobrellevar mejor el próximo confinamiento.
Me gusta mucho, la síntesis de julio. " los codazos no pueden llenar los espacios que ocupaban los abrazos ni las sonrisas han aprendido a sobrevivir bajo la mascarilla. El reloj de arena, muy bueno.
ResponderEliminarMe gusta mucho, la síntesis de julio. " los codazos no pueden llenar los espacios que ocupaban los abrazos ni las sonrisas han aprendido a sobrevivir bajo la mascarilla. El reloj de arena, muy bueno.
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