viernes, 31 de diciembre de 2021

Cinco minutos antes de la cuenta atrás

Se le ha puesto 'caravinagre' al 2021 cuando nos disponíamos a decirle adiós. Durante unos meses nos mostró un rostro casi amable y hasta hace nada  nos invitaba a disfrutar de la Navidad como si tal cosa. Pero el año en curso se salió de la ruta que teníamos marcada y cogió esta otra variante que nos lleva de vuelta al territorio de la zozobra y la incertidumbre que impuso la pandemia hace ya demasiado tiempo.
Estábamos con una idea aproximada de lo que íbamos a escribir en el balance anual propio de las fechas cuando se nos ha desparramado un goterón de tinta en medio del folio. Y es que ocurre lo que ocurre cuando el nivel de hartazgo acumulado nos pone más cuesta arriba la tarea de reinventar nuevas fórmulas motivadoras. 
Pero no, pensándolo bien, después de tanto nadar y ahora que estamos tan cerca de la orilla, tampoco vamos a dejarnos arrastrar por esta ola de pesimismo y mal rollo que se nos ha venido encima. Me niego. Al fin y al cabo, ahora que estamos llegando a esos cinco minutos previos en la cuenta atrás, prefiero quedarme con ese puñado de momentos, de acontecimientos y decisiones que nos permiten llegar a las uvas con una sonrisa y con ganas de alzar la copa para brindar. Por lo que viene y por lo vivido, que no es poco. Ponemos el punto y aparte con ganas de seguir la historia porque este capítulo ha sido interesante, entretenido e incluso ha conseguido sorprendernos en ocasiones. 
No podemos ni debemos abstraernos de este contexto gris oscuro en el que toca hacer balance, pero precisamente esa circunstancia aún le pone más brillo y color a ese puñado de vivencias que le dan sentido al recorrido por este 2021. Hemos superado la prueba esencial, la de llegar hasta aquí, que no es poca cosa. Pero además no lo hemos hecho de cualquier manera ni a cualquier precio. Hemos aplicado algunas de las enseñanzas que nos ha traído esta pandemia, sobre todo la de ventilar, abrir las ventanas y dejar que se airee la casa y la mente. Y también nos hemos aplicado en esa tarea de detenernos un instante en las cosas pequeñas, para tratar de vivir hoy, 'por si mañana'..
Me rebelo contra la melancolía reinante. Me quedo con los puentes cruzados, con los ríos surcados, los atardeceres frente al mar o entre los olivos. Me quedo con el reencuentro inesperado, con el paisaje de girasoles, con la escalada al cerro de la Cruz, con el sonido del agua en el patio de los Leones, con esa llamada de cada noche que nos recuerda que ellos siguen ahí. 
Me quedo con la libertad tutelada de los que se van en busca de su propio destino. Me quedo con la amistad que resiste con firmeza cuando los envites son más fuertes. Me quedo con lo sueños, las ilusiones, los proyectos y los armarios compartidos. Me quedo con el compromiso, con esta serenidad apasionada, con este alboroto controlado, con estas ganas de hacer camino y descubrir nuevas rutas y nuevos retos. Podría decir que de este 2021 me quedo, por encima de todo, con el amor, pero tal vez si lo hago me deje arrastrar por ese lado 'moñas' que a veces me asalta y no siempre acierto a controlar. 
A pesar de su nombre y del gesto tan elocuente de su rostro, los pamploneses dicen que 'Caravinagre' es el favorito entre los kilikis (uno de los componentes de la comparsa de gigantes y cabezudos) que recorren las calles durante los sanfermines. Cuando pensemos en este 2021, al menos en mi caso, le valoraremos por ese lado amable y cercano que nos dejó y hasta le evocaremos con una sonrisa. 
En todo caso, a todos los que habéis llegado hasta esta línea os deseo que 2022 sea mucho mejor. Y que no nos falte el amor. 




domingo, 19 de diciembre de 2021

La canción del verano más largo

Al 'tío' Manolillo le hablabas de la catedral de Toledo o la de Burgos y te decía que ninguna Iglesia se  puede comparar a la de San Pedro Palmiches. Me he acordado de él, de mi abuelo, al leer 'El Verano más largo', un libro que ha escrito el mayor de sus biznietos durante ese tiempo de pandemia y abrazos confinados que nunca sospechamos que nos tocaría vivir. 
Tres generaciones después, Alberto exhibe de otra manera el orgullo por su pueblo que antes tuvieron otros. A base de apuntes breves, poemas y futuras canciones se ha hecho un 'selfie' con el cerro de La Cruz y el Guadiela de fondo, un  autorretrato a base de pinceladas y emociones aparentemente ligeras pero que encierran esa grandeza que aquel bisabuelo de los seis dedos le daba a la pequeña iglesia de su pueblo. 
Alberto se montó en el coche con Lene, los gemelos, el carné de padre primerizo y su guitarra y se plantó en ese escenario que había pisado muchas veces pero en el que ahora tenía que interpretar una canción, la de la zozobra, que nunca había estado en el repertorio. Llegó con su banda a ese lugar en el que transcurrieron otros muchos veranos, cuando no había carritos aparcados en la puerta de la Peña, cuando la única pandemia era la resaca de la procesión el día de la Fiesta y no tenía ni idea de lo que costaba una pala de tractor colmada de leña. 
No se entiende 'El verano más largo' sin esos otros veranos, ni se entiende de la misma manera lo que cuenta Alberto sin un contexto que tiene que ver con esas raíces que también son las mías y hacen especialmente emotivo el reencuentro con paisajes, personajes y momentos que me resultan tan 'familiares'. 
A Alberto le ha quedado un libro muy chulo, muy personal, muy suyo. No soy objetivo, ni lo pretendo. Me siento muy identificado con ese afán por fijarse en las cosas sencillas y también con ese impulso por ponerle palabras a las emociones y compartirlo. Y admiro ese valor de alguien que se subió a las tablas siendo casi un crío y que ha hecho de su pasión por la música una forma de vida y, en todo caso, una manera de entenderla. Perseguir un sueño es la primera condición indispensable para llegar a alcanzarlo sin olvidar que en el trayecto hacia ese destino hay muchas cosas que merecen ser vividas y contadas.
Me gusta esa mirada que se detiene en la incertidumbre del momento y en la que resulta inevitable una dosis de amargura y hasta de tristeza, pero en la que subyace por todas partes el amor. 
A alguien que se maneja bien en la pecera de una radio tampoco es extraño que le haya salido, sin pretenderlo, la crónica de un descubrimiento. Es la consecuencia de una nueva manera de observar un entorno conocido pero en el que nunca había reparado de esta forma; las campanas, los higos, el frontón, los corrales con sus puertas, la plaza y, por supuesto, el río. Esa inquietud  nunca antes presente que te lleva a preguntarte por alguien que mucho antes que nosotros pensó que sería una buena idea plantar una gran Cruz en lo más alto del cerro. Porque también me quedo con ese papel que asume con naturalidad, el de quien se sitúa en el papel de eslabón de una cadena que enlaza las generaciones que pasaron y las que vienen. 
Me pregunto cómo será ese legado en el caso de esas dos 'obritas de arte' que escuchan cuentos en alemán y la salve a la Virgen de la Cabeza en brazos del yayo Vicente. Es posible que ellos transmitan esa nueva tradición familiar del rotulador y hasta puede que lleguen a entender que su bisabuelo José, 'el Bigotes', aunque hace ya años que se nos fue, sigue poniéndole unos cartuchos a la escopeta para disparar al cielo cuando la procesión pasa por esos barrios de abajo en los que 'reina' la Paz.
Aunque no está uno muy puesto en lo de las reseñas literarias, me permito recomendar el libro de Alberto. Incluso sin haber pasado unos pocos veranos en San Pedro se puede apreciar la sensibilidad que le pone a lo que cuenta, como hace en ese relato delicioso de una boda -la suya- en la que sobra todo el aderezo, incluido el propio matrimonio, pero que acaba siendo toda una declaración de amor. Una vez habló en una canción de los días que 'se ponen raros' aunque nunca sospechó que hasta este punto. Y sin embargo, en estas circunstancias, es capaz de atrapar esos momentos que nos recuerdan que 'nunca sabe uno cuando puede estar viviendo los días más felices de su vida'. 
Celebro que haya ocurrido en ese pueblo, que es el mío, donde Alberto encontró la paz sobre su vieja bicicleta al recorrer ese solitario trozo del planeta en el que la vida no se detenía cuando el mundo se quedó parado. 




martes, 7 de diciembre de 2021

Este tiempo de otoño

Hubo un tiempo en el que no existía Spotify. Y hubo un 'Tiempo de Otoño' en formato cinta de casette que forma parte de esa banda sonora vital que uno lleva puesta. Bien está reconocerlo ahora que, con los años, vamos desprendiéndonos de complejos de antaño y ya no hay motivos para ponerle sordina a la admiración por un tal José Luis Perales. Aunque uno ya era consciente de ello, quedó plenamente refrendado en uno de esos conciertos con los que anda despidiéndose de los escenarios el de Castejón. Con los años, valoras aún más esa aparente facilidad para ponerle las palabras justas a una melodía, para hacer sencillo lo que en realidad es tan complejo como provocar emociones o evocar un sentimiento con el que alguna vez te has sentido identificado. 
Andamos ahora apurando este otro tiempo de otoño, el de la estación en la que aún nos encontramos, por más que tenga uno la sensación de que tratan de arrebatárnosla por la vía rápida, casi a empujones. Que vas aún con chanclas por el pasillo del super y te topas con un estante de turrones y polvorones; nos ajustamos al horario de invierno antes de echar el cierre al mes de octubre y, cuando queremos darnos cuenta, se iluminan las calles y escaparates. 
No hace tanto tiempo que ese momento, como el de poner el árbol y el belén en casa, estaba reservado para este Puente de la Inmaculada. Y eso ya nos parecía un exceso a los que fuimos niños cuando la Navidad empezaba al compás del soniquete de los niños de San Ildefonso, cuando aún no había un 'calvo' de la lotería ni comprábamos décimos para el sorteo extraordinario del 22 de diciembre en pleno mes de julio. 
Llegados a este punto se diría que no queremos dar ni un respiro a las hojas para que luzcan sus ocres y rojos antes de dejarse caer, como si fuere urgente echar la leña al fuego, como si tuviéramos que quemar etapas a ritmo vertiginoso. Pareciera que no hay tiempo para detenernos un instante a capturar esa estampa otoñal que tiñe los días y los atardeceres de una quietud serena, de una cierta calma que precede a la ´tempestad' invernal. 
Incluso para los que mantenemos intacto el gusto por sumergirnos en el espíritu navideño, nos parece que no es bueno esta manera un tanto atropellada de llegar a la cita. Que empiezas diciembre y andas estresado pensando que ya vas tarde para comprar los regalos, para colocar los adornos y, en definitiva, para ajustar la agenda a tanto evento. Un amigo me dice que ya está preparando las felicitaciones animadas para redes sociales, que también hay que estar a la altura en originalidad, aunque luego muchos vivan de las rentas y los reenvíos. 
Supongo que no viene a cuento dejarse llevar por una cierta nostalgia, pero algo debe haber cuando uno recuerda que aquel 'Tiempo de Otoño' del 79, como otros discos de aquella época, se saboreaban de principio a fin, canción a canción. Algunos de aquellos elepés fueron acontecimientos en la época y hoy son historia de la música. Estoy muy lejos de los que defienden que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero al menos deberíamos reconocer que aquella liturgia del vinilo o el radiocasette tenía cierto encanto y también deparaba una manera más respetuosa de acceder a la obra de arte, de acceder a ella tal como la diseñó su autor; el orden de las canciones en un álbum forma parte también del proceso creativo. Prefiero esta facilidad de ahora para escuchar lo que quieras en cualquier momento, pero a veces no estaría mal saber apearnos de este modo playlist con el que consumimos las canciones, los días y los otoños.