martes, 26 de noviembre de 2019

El dolor de Sacristán es puro teatro

"Mientras vayamos durando seguiremos en esto". La frase es de Fernando Fernán Gómez y la toma prestada José Sacristán cuando surge la inevitable cuestión que relaciona su condición de octogenario con la de actor en activo. Porque ambas cosas son ciertas, pero la grandeza con la que ejerce la segunda convierte la primera en detalle secundario. Si acaso, reparas en su edad justo antes de que se alce el telón mientras ojeas el programa de mano y cuando termina la función para añadir un mérito más al espectáculo que ofrece en solitario sobre un escenario durante casi hora y media.
Pepe Sacristán no ha necesitado llegar a los ochenta y tantos para deslumbrar con su capacidad interpretativa. Lo ha hecho muchas veces y en diferentes registros, pero me atrevo a pensar que esta 'Señora de rojo sobre fondo gris' es una de esas experiencias que dan sentido a toda una vida sobre las tablas. Seguramente hace falta una trayectoria como la suya para retratar el dolor como él lo hace. El dolor como sinónimo de amor perdido, de amor arrebatado por la vida.
Puedo imaginar a Sacristán con la ilusión de un principiante ante semejante desafío, empapándose de ese texto, metiéndose en la piel de Nicolás, moldeando a un personaje en el que intuimos la figura de Miguel Delibes escribiendo silencios y masticando la tinta para que las palabras contuvieran la rabia ante tan injusto destino. Nadie como Delibes podía trazar con tanta maestría un relato cuyo desenlace inevitable todos conocemos pero que avanza paso a paso para ir describiendo una majestuosa declaración de amor y de duelo, de ternura desconsolada y, sobre todo, de admiración infinita por la compañera que se queda a mitad de camino.
Foto: pentacion.com
Nadie como Sacristán para ponerle voz y presencia profunda a la amargura incontenible, al dolor teñido de gris de un estudio y de un mundo en el que, sin ella, no caben los colores. Los pinceles del pintor quedan tan resecos como el tintero del escritor cuando la inspiración del artista es atrapada por la desolación.
Puedo imaginar al Actor -véase la intención de la mayúscula- poniendo los cimientos y construyendo palmo a palmo un personaje como el de Nicolás, perfilando cada frase, cada gesto y cada silencio para que participemos de su dolor, pero también para que podamos descubrir a través de su dolor a la verdadera protagonista de la historia. Para que podamos siquiera atisbar la dimensión de una mujer capaz de hacer bajar a los ángeles que se posaron en la paleta de Nicolás en otros tiempos.
Porque el retrato de Ana es el que la voz de Sacristán, al dictado de Delibes, nos pinta con maestría a base de pequeñas pinceladas de la vida en común que van quedando en el lienzo del teatro mientras va y viene por el escenario como si arrastrase su amargura sin necesidad de poner los pies en el suelo. Un retrato, contado con la entonación con la que se entonan las historias más hermosas aunque sean también las más tristes, en el que brillan los destellos de una existencia en la que ella era timón y faro sin necesidad de darse importancia, con la misma naturalidad con la que afloraba su belleza, con esa entereza ejemplar que mantuvo incluso para enfrentarse a una 'agonía' que iba mucho más allá de un poema de Ungeretti.
No importa que todos seamos conscientes de lo que va a suceder, por momentos quieres que Nicolás cierre el relato en uno de esos momentos en los que aún se aferraba al lado menos cruel del diagnóstico. Pero incluso en esas páginas finales ella acude al rescate con una frase que resume como pocas el talante de la señora de rojo: "al menos he sido feliz durante 48 años, otras personas no son felices ni 48 horas en toda la vida". Toda una lección vital en medio de la congoja ahogada que a esa hora incendia las emociones en el patio de butacas.



UN INHIBIDOR DE MÓVILES Y TOSES
La maestría de Sacristán, como los grandes de la escena, tiene que ver con su capacidad para meterse en un personaje y para meter en ese personaje al público. No era necesario añadir más dolor al dolor del personaje. Y eso era lo que provocaba cada golpe de tos que emergía una y otra vez desde el publico. Una y otra vez, como pinchazos que se clavaban en la piel del Actor y reflejaban en su rostro y en sus gestos el dolor. No se necesitan 80 años para conseguirlo, pero añado a los méritos de Sacristán su capacidad para diluir el dolor de cada golpe de tos en el dolor de Nicolás mientras revivía la tragedia provocada por la pérdida de la 'Señora de rojo'. 
Sería deseable que antes de 80 años  los teatros estuvieran dotados de inhibidores de móviles y de toses. Mientras tanto propongo exámenes médicos que acrediten la capacidad de los espectadores para soportar una hora y media sin toses, carrasperas o gargarismos ruidosos de cualquier tipo que distorsionen el magnífico trabajo del artista. Y si acaso eso no fuera posible sería deseable algo tan sencillo como llevar en el bolsillo media docena de caramelos balsámicos; aunque tal vez bastase con una pizca de consideración para abandonar la sala -por respeto a los demás pero sobre todo por respeto al artista- si la tos fuera incontenible. 

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