Pero temen además los más fervientes juegotronistas que el final no podrá estar a la altura de la historia. Y seguramente tienen razón. Los finales son siempre -digamos que casi siempre- tarea complicada. Terreno abonado para decepciones, lamentos y fracasos.
No diría que misión imposible, pero acertar en tiempo y forma con el final puede convertirse en un ejercicio más que complicado de funambulismo existencial. Muchas veces, y por los motivos más dispares, los finales -incluidos los de ficción- no encajan con la historia que les precede.
En el caso que nos ocupa es muy posible que estemos ante uno de esos finales que difícilmente podrán estropear la historia hasta aquí contada. Pero esta es más bien una excepción.
Hay historias a las que no salva el más feliz de los finales.
Hay finales a los que no salva la más feliz de las historias.
Hay finales que siempre llegan muy tarde porque la historia nunca debió empezar.
Hay finales que llegan muy pronto porque la historia merece empezar cada día.
Hay finales que se repiten una y otra vez en la misma historia. Son historias con las que no hay final capaz de terminar.
Hay historias que empiezan por el final y otras que solo merecen la pena por su final.
Hay finales que merecen la pena.
Hay finales para la historia y finales sin historia. Y podríamos decir que no hay historia sin final, pero el proces y las campañas electorales desmienten esta teoría.
Luego está el final de Juego de Tronos, que no quiero desvelar ahora porque Víctor no me perdonaría el 'spoiler'. Eso sí, un día de estos pienso compartir el final perfecto que se me acaba de ocurrir para el cuento de nunca acabar.
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