Un buena amiga (cuya identidad no desvelaré) me decía hoy que los políticos de este país deberían tomar nota de la fórmula que ella acaba de aplicarse para superar su estado de bloqueo interior: "Llega un día -me explicaba- en el que
caes en la cuenta de que para poner tu vida en orden tienes que ponerla primero patas arriba".
He tratado de llevarle la contraria -como corresponde a los buenos amigos- porque yo la comparación no la veía sostenible por ningún lado; en lo tuyo -le dije- no tienes que buscar extrañas alianzas, ni someterte a una investidura, ni formar gobierno...
En fin que -iluso de mi- trataba de convencerla, cuando volvió a la carga con nuevos argumentos en los que asentar su teoría: "lo primero -dice- es hacer las maletas y pegar el portazo. Cuando venga a pedirte explicaciones le dices que ya no estás enamorada, que necesitas tiempo y tomar distancia para pensar. Cuando te diga que no lo entiende le sueltas -previo puñetazo en la mesa- que ya no le aguantas y que los cuernos, a partir de ahora, se los va a poner a su puta madre...".
Imagino que mi gesto hacía inútil la pregunta (aquí vendría bien el emoticono ese de los ojos como platos) así que ella misma completó la faena: "Si, ya se lo que estás pensado: ¿qué tiene que ver esto con la situación política?. Y yo que cojones sé tío".
Ella no suele decir tacos, pero en plena explosión de desahogo tampoco iba yo a afearle el vocabulario y menos aún viendo como iba subiendo el tono de su discurso. El caso es que, sin darme tiempo a meter baza, remató la faena con la respuesta a la pregunta que ella misma había formulado: "pues yo que sé coño, será que los políticos me tienen también hasta el mismísimo, como el gilipollas este".
Ante tan demoledor razonamiento no me ha quedado más remedio que pedir otro vino, con la esperanza de que tratase de aprovecharse de mi amistad para ahondar en sus deseos de venganza. Pero esa es otra historia... y tampoco tengo claro si tiene que ver con el panorama político que nos ocupa.