Se me ha pasado el día de la radio y me he metido en San Valentín. Bien, sumemos. Entre uno y otro podemos encajar la pasión por la radio que algunos no tenemos reparos en confesar. ¿Amor?. Bueno, el amor es otra cosa. O no. Yo que sé.
He leído y escuchado estas horas cosas muy bien dichas sobre la radio; sobre su significado, su presencia en nuestras vidas; se han hecho reportajes atinados, emotivos, profundos.... Se han rescatado muchos de esos momentos históricos en los que siempre estuvo la radio. Como es natural e inevitable se han dicho también bastantes tonterías. Pretendidos homenajes a la radio que chirrían en las ondas viniendo de los mismos que, a diario, hacen del micrófono un artilugio al servicio de la discordia, de la desinformación, de la mentira.
El mejor homenaje que podemos hacer a la radio es el respeto. Y el respeto a la radio solo es posible desde el respeto a los que están al otro lado, a los oyentes. La radio es lo que es en nuestras vidas porque muchos profesionales entendieron que ese respeto al oyente era la única razón de ser de su trabajo. Lo peor que le puede pasar a la radio es caer en manos de quien se pone a la tarea cada día dando por hecho que, al otro lado, los que escuchan son idiotas. No hay peor enemigo para la radio que esa mentalidad rastrera que consiste en servirse de ella creyendo que el oyente es un incauto, un pobre infeliz que se tragará lo que le echen.
Hace unos días emitían de nuevo 'Historias de la Radio'. En aquél formato de 1955 la radio tenía ya esa capacidad para 'llegar' a la gente, para acompañar, para estar ahí, para tocar esa fibra de las emociones. Eso tan cursi y tan cierto de 'la magia de la radio' queda reflejado ya en esta película de Sáenz de Heredia. Pero en ella también se muestra aquélla España en blanco y negro, de miserias y señoritos; esa España en la que la desigualdad social se combatía con caridad y la libertad de expresión simplemente se aplastaba. Aquella España en la que todas las emisoras conectaban con 'el parte' donde se impartía la doctrina, se loaban los logros del Caudillo y se advertía a los pobres incautos sobre el peligro de las conspiraciones judeo-masónico-comunistas que acechaban al buen orden que el régimen ofrecía. Incluso entonces había quien se jugaba el tipo para aprovechar las pequeñas grietas que la censura no controlaba.
La radio, además de testigo, ha sido partícipe fundamental del cambio que este país ha conseguido. Ahí quedan noches de radio como la del 23-F.
Lo más valioso que ha ganado la radio en estas décadas ha sido la credibilidad. Eso es lo que está en juego por culpa de los nostálgicos del NO-DO y, sobre todo, de sus voceros, cómplices necesarios del atropello al que pretenden dar apariencia de periodismo. Se equivocan, 'el parte' ya no cuela. Afortunadamente se equivocan; los idiotas no están al otro lado del transistor.
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