He leído y escuchado estas horas cosas muy bien dichas sobre la radio; sobre su significado, su presencia en nuestras vidas; se han hecho reportajes atinados, emotivos, profundos.... Se han rescatado muchos de esos momentos históricos en los que siempre estuvo la radio. Como es natural e inevitable se han dicho también bastantes tonterías. Pretendidos homenajes a la radio que chirrían en las ondas viniendo de los mismos que, a diario, hacen del micrófono un artilugio al servicio de la discordia, de la desinformación, de la mentira.
El mejor homenaje que podemos hacer a la radio es el respeto. Y el respeto a la radio solo es posible desde el respeto a los que están al otro lado, a los oyentes. La radio es lo que es en nuestras vidas porque muchos profesionales entendieron que ese respeto al oyente era la única razón de ser de su trabajo. Lo peor que le puede pasar a la radio es caer en manos de quien se pone a la tarea cada día dando por hecho que, al otro lado, los que escuchan son idiotas. No hay peor enemigo para la radio que esa mentalidad rastrera que consiste en servirse de ella creyendo que el oyente es un incauto, un pobre infeliz que se tragará lo que le echen.

La radio, además de testigo, ha sido partícipe fundamental del cambio que este país ha conseguido. Ahí quedan noches de radio como la del 23-F.
Lo más valioso que ha ganado la radio en estas décadas ha sido la credibilidad. Eso es lo que está en juego por culpa de los nostálgicos del NO-DO y, sobre todo, de sus voceros, cómplices necesarios del atropello al que pretenden dar apariencia de periodismo. Se equivocan, 'el parte' ya no cuela. Afortunadamente se equivocan; los idiotas no están al otro lado del transistor.
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