martes, 13 de agosto de 2024

LVIII: De memoria

No recuerdo si alguna vez os he hablado de mi mala memoria. La frase estaría muy bien para empezar mi libro de memorias porque dejaría las cosas claras desde la primera línea. Pero no sé si es la más adecuada como preámbulo para seguir esta tradición del 13 de agosto porque la asociación de ideas entre la edad y la memoria no deja de ser una tentación para ese hipocondriaco que todos llevamos dentro al que nunca he hecho demasiado caso. 
No es por buscar excusas, pero el caso es que yo tenía cierta facilidad para retener números de teléfono y aún puedo recitar sin problema el primero que tuvimos en casa (dos, cincuenta y dos, veinte, cincuenta y tres) pero hace ya años que ese es un ejercicio innecesario, un esfuerzo aparentemente inútil. Las agendas de los móviles, como tantas otras tecnologías que llevamos en el bolsillo nos hacen más fácil la vida, sobre todo a las neuronas que pueden tirarse en el sofá y dedicarse a menesteres más entretenidos y menos productivos que el almacenamiento de datos en nuestro disco duro. 
Con este ya son ocho los cumpleaños que voy camuflando con cifras romanas en este territorio bloguero que conoció periodos mucho más fértiles. Repasando capítulos anteriores resulta evidente que en todos he transitado por lugares comunes e ideas recurrentes que siempre andan por ahí rondando y esperando una mínima oportunidad para dejarse ver, sobre todo cuando la reflexión va ligada a esa página del calendario en la que se repite una sensación de vértigo por la cifra alcanzada. Pero detrás de cada cifra romana hay también un sello diferente, una huella que evoca esa parte del camino por el que transitaba en ese momento. 
No creo que haya una base científica que lo demuestre, pero quiero pensar que seguir escribiendo en el blog es como desafiar a la agenda del móvil para volver a teclear -al menos de vez cuando- el teléfono completo de alguien con quien mantienes una conexión especial, como si al memorizar esa combinación única compartieras algo de su esencia. 
Tengo que prodigarme más o, por lo menos, tengo que intentar mantener vivo este espacio que me permite darle algunas pinceladas al lienzo que voy pintando con el tiempo. Acudo sin complejos al refugio de las fechas para seguir abonando tradiciones como esta que pretende -además- mantener vivo el espíritu que inspiró este blog hace ya 10 años al rebufo de una carta que acabó por convertirse en una catarata de emociones sorprendente y difícil de explicar. Puedo y debo celebrar como merece el impulso que me lleva cada año a remitir una carta a Cobisa, pero sobre todo debo celebrar lo afortunado que soy por tener un motivo tan valioso para seguir escribiendo otras cartas de amor fuera de concurso. Seguimos vivos para contarlo y la edad le da un valor añadido a las cosas que tenemos, incluida la mala memoria que me permite dejar en el olvido los sueños imposibles y los agravios de los que alguna vez aspiraron a convertirse en enemigos. 
Y tal vez, si acierto con las palabras, en unos años descubriré en la huella de este capítulo LVIII al menos una parte de la ilusión que me acompaña mientras escribo estas notas y suena la campanilla del Whatsapp anunciando otro mensaje de felicitación. 


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