El 14-F ya se dejó caer por aquí otros años. Como en ocasiones precedentes, intuyo que no es la causa sino la excusa. Un motivo tan adecuado o tan absurdo como cualquier otro para volver a un asunto del que en realidad nunca nos vamos.
El amor está en el origen que inspiró la carta a Julia y abrió las puertas de este espacio para el desahogo o la melancolía dosificada. Desde entonces ha sido el tema más recurrente, posiblemente el único permanente. Según el momento, podríamos ponerle a la elección un barniz de sensibilidad romántica o acudir a una explicación mucho más pragmática; el amor como recurso fácil, como maniobra de distracción frente a otros asuntos más mundanos y menos poéticos, de esos que te llevan por terrenos pantanosos en los que corres serio riesgo de ser engullido por las arenas movedizas del qué dirán.
Al fin y al cabo, la temática amorosa es tan explorada y tan extensa como desconocida y desconcertante, tan apasionada como incomprensible. El amor y la forma de expresarlo admite todos los aderezos, según los gustos y costumbres, según los caprichos propios y ajenos, según los dictados del destino o el desatino, según los paisajes interiores o exteriores, según los abismos o espejismos por los que deambulemos.
Tal vez por eso, tampoco hay normas ni recetas que garanticen el acierto con el menú que se sirve el Día de los Enamorados. Es bien sencillo errar, por exceso o por defecto, con la celebración de la jornada, suponiendo que hubiera algo que celebrar. El romanticismo impostado de unos es tan poco recomendable como el afán de otros por marcar distancias con el calendario, el empeño por no hacer la más mínima concesión a Cupido.
El 14 de febrero no debería ser, por si mismo, una razón para manifestar un sentimiento que se supone existe con la misma intensidad e idéntico valor el resto del año, pero tal vez sea un buen pretexto para hacerlo. Y en todo caso no parece muy adecuado que sea la excusa para dejar de hacerlo si acaso surgiera el impulso sincero de manifestar tal cosa, aunque sea un vano intento de compensar los silencios de todos los días que no se dedican -ni dedicamos- a los enamorados.
Tal vez por eso, sin que sirva de precedente ni que pueda tacharse de autoplagio, me permito rescatar una reflexión surgida en estos terrenos blogueros al calor de estas mismas fechas hace dos o tres años: "La cuestión amorosa es tan amplia como la tipología de las relaciones de pareja, sin que necesariamente coincidan ambas circunstancias. El amor, si acaso existiera, debería darnos las claves para manejarnos con cierta destreza, pero la guía práctica -pendiente de elaborar- para sobrevivir a San Valentín tendría que calibrar el tratamiento que a cada caso convenga".
En cualquier caso, y aún sabiendo que volveremos a equivocarnos, conviene perseverar en el intento para no privarnos de un vértigo emocional irresistible, de esas sensaciones que nos recuerdan que estamos vivos mientras transitamos por la finísima línea que separa el éxito del fracaso.