viernes, 8 de diciembre de 2017

El legado de Esteban: Año XXV

Amigo Esteban:

En realidad no tengo mucho que añadir a lo ya dicho en aniversarios anteriores. Escrito queda el dolor de la pérdida, la añoranza de los tiempos vividos, el privilegio que supuso compartir contigo aquella parte del camino, el vacío que dejó tu marcha, tan cruel, tan injusta... Escrito queda el desconsuelo que provocó y aún hoy provoca tu ausencia. Grabada está en algún lugar no identificado del alma la rabia infinita contra un destino que nunca debió ser el tuyo.
Cada 8 de diciembre se hace inevitable rememorar la tristeza de aquel momento y vuelve este impulso que me lleva a dejar constancia de un sentimiento que comparto con toda esa gente en la que dejaste una huella que no han podido borrar los 25 años que han pasado desde entonces.
Al escribirlo adivino la emoción de los que aquel día de la Inmaculada del 92 ya intuían, como yo, que el tiempo nunca podría cerrar completamente la herida y que, desde luego, nada podría ocupar del todo ese espacio que dejabas. Ellos fueron testigos y receptores de esa vitalidad tuya, de esa capacidad para contagiar alegría, para generar buen rollo alrededor. Saben de lo que hablo cuando te recuerdo como un tipo que hizo de la sencillez su mejor virtud, que se entregaba con pasión a su profesión, a la radio, a su gente, a su pueblo...Hablo del periodista cabal, del hombre honesto, del amigo leal.
Supongo que el tiempo nos ayuda a entender un poco mejor el valor de ese poso que nos van dejando las cosas que realmente merecen la pena. Han pasado cinco lustros, un cuarto de siglo, que se dice pronto. 25 años que, en mi caso, es ya media vida. Y aunque nada compensa la pérdida, aunque nada puede evitar la amargura de pensar en todas las cosas que la vida te negó, al menos nos queda la certeza del legado que dejaste.
Por eso, después de 25 años, amigo Esteban, sigues por aquí. Tan presente.











El periodista Esteban Perez murió un 8 de diciembre de 1992




jueves, 21 de septiembre de 2017

21-S. La carta. Año III

Desde hace ya tres años, el 21 de septiembre se ha convertido en una fecha especial. 'Por si mañana' surgió como texto literario para participar en el concurso de cartas de amor de Cobisa en 2014, pero después adquirió otra dimensión.
Aunque no fue la intención original, me complace poder echar mano de la carta para rendir un modesto homenaje a todas las 'Julias' que viven en primera persona la dimensión más amarga del alzheimer.


POR SI MAÑANA

Querida Julia:
Te escribo ahora, mientras duermes, por si mañana ya no fuera yo el que amanece a tu lado.

En estos viajes de ida y vuelta cada vez paso más tiempo al otro lado y en uno de uno de ellos, ¿quién sabe?, temo que ya no habrá regreso.

Por si mañana ya no soy capaz de entender esto que me ocurre. Por si mañana ya no puedo decirte cómo admiro y valoro tu entereza, este empeño tuyo por estar a mi lado, tratando de hacerme feliz a pesar de todo, como siempre.
Por si mañana ya no fuera consciente de lo que haces. Cuando colocas papelitos en cada puerta para que no confunda la cocina con el baño; cuando consigues que acabemos riéndonos después de ponerme los zapatos sin calcetines; cuando te empeñas en mantener viva la conversación aunque yo me pierda en cada frase; cuando te acercas disimuladamente y me susurras al oído el nombre de uno de nuestros nietos; cuando respondes con ternura a estos arranques míos de ira que me asaltan, como si algo en mi interior se rebelase contra este destino que me atrapa.
Por esas y por tantas cosas. Por si mañana no recuerdo tu nombre, o el mío.

Por si mañana ya no pudiera darte las gracias.
Por si mañana, Julia, no fuera capaz de decirte, aunque sea una última vez, que te quiero.
Tuyo siempre
T.A.M.R.



La carta manuscrita, tal como fijan las bases del concurso de Cobisa, contribuyó a la difusión a través de las redes sociales.


domingo, 13 de agosto de 2017

Un día de estos (LI)

Hasta aquí hemos llegado, que no está mal para empezar. Hace ya un año que estrené la ele mayúscula que me sitúa en la que un amigo define como 'edad consolidada'. Hoy le he colocado un palito al lado (LI) y, de paso, me he parado un momento a repasar la lista de algunas de las muchas tareas pendientes.
Lo primero que debo hacer es una muesca en la culata del calendario, que no es cosa menor. El destino no siempre está al tanto de estas cosas de la edad y si algo deberíamos haber aprendido es la lección de los que se fueron antes de tiempo, de los que se quedaron en el camino sin venir a cuento. Ellos y otros que tenemos cerca en plena batalla contra ese desatino nos recuerdan hasta qué punto malgastamos lágrimas y racaneamos abrazos y sonrisas.
Eso, junto con tantas muestras de afecto recibidas, deberían recordarme que no siempre acertamos en el reparto del tiempo, que le dedicamos mucho más del que debiéramos a gentes y asuntos que no lo merecen.
Me pongo a la faena. A ver si avanzamos hacia el segundo palito con algo de criterio.
Un día de estos, ahora que he terminado de encalar la casa, tendré que colocar por fin las cosas en su sitio.
Un día de estos, en cuanto recobre la locura, debería poner en su sitio al viejo gruñón que llevo dentro desde niño, empeñado en meterme en discusiones por menos de nada y por casi todo.
Un día de estos voy a mandar a paseo al eterno aprendiz de poeta que se dedica a escribir, en mi nombre, cartas de amor a la vecina de al lado. Ya ni me saluda cuando me cruzo con ella en el descansillo.
Un día de estos saldré a quemar la noche con el canalla al que nunca quise dar una oportunidad y al que más de una vez habría querido parecerme.
Uno de estos días guardaré los tapones de los oídos en el ultimo cajón de la mesilla de noche para echarme a navegar sin miedo a dejarme seducir por los cantos de sirena.
Un día de estos, en cuanto se descuide, volveré a serle infiel a la soledad por más que trate de conquistarme con un anillo de compromiso.
Un día de estos apostaré por el caballo ganador. Y si tampoco tuviera suerte, esperaré a que apuesten por mi para ganar la carrera.
Uno de estos días, en cuanto haya renunciado definitivamente a los sueños utópicos, me centraré en los sueños imposibles.
Un día de estos me sentare en el andén de la estación por la que siempre pasan de largo los trenes a los que nunca me subiría.
Un día de estos, en cuanto encuentre el modelo adecuado, tengo que dejar de ser yo mismo para convertirme en el hombre que debería haber sido alguna vez.
Uno de estos días, en cuanto se me ocurra el tema adecuado y la manera de contarlo, prometo escribir alguna cosa que tenga sentido.

viernes, 4 de agosto de 2017

Premio de consolación

Volvamos a los asuntos importantes. Los que nos trajeron aquí en el origen, a rebufo de una carta de amor. Aprovechemos, de paso, los efluvios de la epidemia matrimonial veraniega desatada a mi alrededor, aunque más allá de la predisposición ocasional, reconozco cierta debilidad por historias como la de Joyce y Frank, una pareja de británicos que murieron el mismo día después de 77 años de matrimonio.
Tiende uno a imaginar la cantidad de capítulos que escribieron juntos hasta rematar el guión con el único desenlace posible. Quiere uno creer que avanzaron de la mano por un terreno de complicidad poco común que debió ir ganando en consistencia a medida que superaban obstáculos que, sin duda, encontraron en el camino. La fortaleza de la relación debió llegar a la máxima expresión de madurez en un momento en el que ambos asumieron que el final se acercaba y que la vida de uno dejaría de tener sentido sin la vida del otro. Podemos dejarnos llevar incluso por la escena de ese último día y esa despedida en el que se solaparían la emoción y la dulzura con la que miraría al otro el último en cerrar los ojos. Podríamos incluso ponerle letra y música a la historia en un bolero que le cantaría al amor infinito y nos invitaría a creer que es posible morir de amor, o por amor.
Luego cae uno en la cuenta de aquello que Sabina nos enseñó sobre los boleros en su Canción de las Noches Perdidas*  y vienen otras voces a poner las cosas en su sitio, o al menos en otro sitio. Es el caso de un buen amigo, de mala reputación, que opta abiertamente por otorgar a estos asuntos del amor o el romanticismo un discreto papel secundario en el escenario de las relaciones de pareja. No es la suya, ciertamente, una teoría científicamente demostrada, pero hay que reconocerle una notable experiencia en estas cuestiones. Después de dos bodas y tres o cuatro divorcios nos citó el otro día para anunciarnos su próximo enlace, convencido de haber dado con el secreto de la estabilidad, que consistiría -según su hipótesis- en la capacidad de uno para soportar los defectos del otro o, en todo caso, para hacerlos compatibles. Basado en hechos reales y vividos en primera persona, explica con naturalidad que su primera mujer le puso las maletas en la puerta cuando le pilló en plena faena con una camarera paraguaya; con la segunda ocurrió algo similar, pero esta vez fue ella la que intimó con un portero, de discoteca. En definitiva, en cualquiera de los relaciones -concluye mi amigo-  podría haber llegado a celebrar las bodas de oro con una aplicación acompasada de la fidelidad, o de la infidelidad. Nunca lo sabremos. Como tampoco sabemos -aunque algo intuimos- qué ocurrirá en su próximo intento.
Al fin y al cabo en estas cuestiones nada es verdad o mentira. O dicho de otra forma, todo es mentira o verdad, o ni siquiera eso, o ambas cosas son ciertas al mismo tiempo. Lo único que parece indiscutible es que no existen fórmulas magistrales, aunque en este contexto estaría bien poder regalar a los contrayentes que he visto desfilar estos días por mi jardín los ingredientes secretos -seguramente a todos se nos ocurren unos cuantos que no deben faltar-  de la receta de Joyce y Frank. 
Pero tampoco descarto que, una vez superado el arrebato de enlaces y anillos, caiga uno en la cuenta de que encontrar a la media naranja y compartir con ella toda una vida puede ser un magnífico premio de consolación, nunca tan valioso como el de encontrar a la pareja ideal cada noche.


...Miente como mienten todos los boleros*

jueves, 13 de julio de 2017

En defensa impropia

A mi llorado y añorado Esteban Pérez le gustaba recordar que el periodista no debe ser protagonista de la noticia. A los que llegamos a este territorio -ahora inhóspito- sin más impulso que la vocación nos cuesta enfrentarnos a ese dogma,.
Quiero pensar que, también en este caso, habría  recibido un buen consejo, o una colleja; en todo caso, habríamos tenido ocasión de debatir, de discutir, de discrepar o hasta de ponernos de acuerdo.
Viene esto a cuento porque cuando Esteban se nos fue andábamos descubriendo la telefonía móvil y el fax aún nos parecía un avance tecnológico revolucionario. No podíamos imaginar todo lo que estaba por llegar, pero tampoco todo lo que se iba a llevar por delante este tiempo de redes y enredos.
El preámbulo es solo una excusa. Sería complicado explicarle que ando buscando la manera de lanzar un mensaje de agradecimiento colectivo destinado a los que estos días me han hecho llegar su cercanía sin que eso suponga una excusa para volver a enfangarnos en batallas estériles que solo conducen a la melancolía.
Me decido por el blog buscando la ventaja que otorga jugar el partido de vuelta en casa; hace tiempo convertí este espacio en un terreno suficientemente difuso y de ambigüedad más o menos calculada, al servicio de interpretaciones tan difusas o ambiguas como la propia reflexión.
En realidad lo que estaba buscando es la manera de proclamar, sin que suene a excusa, que a veces a uno no se le ocurre nada mejor que el silencio para acallar el ruido.
Seguramente a Esteban podría explicarle con otras palabras que este mensaje no es más que un alegato en defensa impropia sin más pretensión que proclamar el valor de los detalles minúsculos, capaces de alcanzar la dimensión de grandiosos en función del momento en el que llegan.
En cuanto acabe el cursillo para aprender a escribir entre líneas será más sencillo explicar estas cosas.

martes, 25 de abril de 2017

Para septiembre

No aprenderemos, no es verdad. Hay asignaturas que siempre dejamos para septiembre y exámenes en los que nunca pasaremos del cinco raspado aunque creamos conocer al dedillo la lección.
Siempre son otros los que resultan asaltados a traición por un golpe del destino. En algunos casos, la conmoción es más cercana y nos recuerda hasta que punto son intrascendentes tantos desvelos cotidianos, hasta que punto son sustanciales todos esos detalles -también cotidianos- que relegamos a la categoría de secundarios.

Por momentos, entendemos la fragilidad de los cimientos sobre los que se asientan las más firmes convicciones, reparamos por un instante en la finísima línea que separa el todo de la nada y constatamos que no hay nada más permanente e inamovible que la provisionalidad de las cosas.
Luego llega la noche, nos acurrucamos con nuestras miserias y abrazamos los miedos que nunca sacamos de la mochila. Por la mañana, la inercia nos lleva a lanzarnos por ese sendero que nos permite sobrevivir; el camino que discurre paralelo -aunque a imprudente distancia- de ese otro, el de la vida misma, que aspiramos a recorrer algún día.

lunes, 13 de febrero de 2017

Sobrevivir a San Valentín

Este blog brotó a la sombra de una carta de amor. Asunto recurrente para volver a adentrarme en terrenos pantanosos en estos días en los que San Valentín nos asalta por tierra, mar y aire.
No hay estadísticas que avalen la teoría, pero hay quien sostiene que el día de los enamorados desata más conflictos de pareja que pasiones de alcoba. Desde luego, la avalancha publicitaria descarta el recurso al despiste para incumplir con el compromiso ligado a la fecha. Aunque tengo un amigo que ya le ha encontrado la ventaja al asunto y asegura que aprovechó el último 14-F para dar la puntilla a una de esas relaciones que no sabes como rematar.
La sobreactuación suele desembocar en el mismo territorio del fracaso que la apatía. El almíbar es un ingrediente que requiere cierta destreza y rara vez aciertan con la dosis los reposteros ocasionales. El romanticismo impostado parece tan poco aconsejable como el fanatismo anti-cupido, capaz de alzar banderas contra cualquier atisbo de cariño que pudiera confundirse -horror- con la cursilería.
La casuística amorosa es tan amplia como la tipología de las relaciones de pareja, sin que necesariamente coincidan ambas circunstancias. El amor, si es que existiera, debería darnos las claves para manejarnos con cierta destreza, pero la guía práctica -pendiente de elaborar- para sobrevivir a San Valentín tendría que calibrar el tratamiento que a cada caso convenga.
Hay amores imposibles, irresistibles, impensables, irresponsables...
Hay amores que nunca debieron ser y otros que nunca llegan, hay amores de ida y vuelta, amores a los que siempre estamos volviendo, amores escondidos a la vista de todos...
Hay amores dormidos entre las páginas de un libro, amores que se resbalan entre los dedos, hay amores idílicos, amores carnales, amores de carne y hueso...
Hay amores a los que un día dijimos adiós desde el andén, amores que nunca quisimos ver aunque estuvieran delante, hay amores que nunca existieron y que jamás podremos olvidar.
Hay quien ha llegado a asegurar que hay amores reales, amores de verdad, indestructibles, eternos, amores de toda la vida y más allá. Dicen que se han dado casos, pero ni siquiera ellos tuvieron garantizado superar el trance de San Valentín sin morir en el intento.

lunes, 2 de enero de 2017

Reflexión de emergencia contra la 'sequía'

Mi amigo Jorge, que sabe de esto, se preocupa por la 'sequía' en estas tierras del blog. Tiene razón. Dos meses largos en blanco, según compruebo ahora. Será que no ha caído ni gota de inspiración. Será que había poca cosa que decir, será que había muy poco que aportar, será que hay cosas que no se pueden decir, cosas que no sabría contar y cosas que no vienen a cuento. Será que hay cosas que me interesan muy poco y otras que no interesan a nadie.
Mañana de niebla en Jorquera, Albacete
Seguramente tampoco interese a casi nadie esta reflexión insustancial en pleno tránsito entre el año que se va y el que ya tenemos aquí, pero es lo que tengo más a mano. Al fin y al cabo es algo que todos hacemos, supongo, en estos días de balances y de buenos propósitos.
2016 nos ha curtido en esa destreza natural que a algunos -es el caso- nos lleva a tropezar una y mil veces en el mismo canto. Hemos despejado incógnitas, hemos sembrado dudas, hemos amado por encima de nuestras posibilidades, hemos abrazado menos de la cuenta y nos hemos dejado querer, incluso sin querer.
Hemos caído en las garras de la procastinación y hemos abierto la puerta a la soledad cada vez que se pasó por casa a visitarnos. Hemos nadado en los mares de la torpeza hasta morir en la orilla y seguimos buscando el antídoto contra la picadura de la cobra. También aprendimos a volar sin levantar los pies del suelo y ellos -los que siempre están- han seguido al lado. Menos mal.
Hemos puesto las ies sobre los puntos y hemos comprobado de nuevo que, con la edad, la paciencia es una virtud en retirada. Será por eso que cada vez somos más intransigentes con los que nunca se comprometen, con los que siempre te comprometen, con los que nunca dicen lo que piensan, con los que nunca piensan lo que dicen, con los que lo saben todo, con los que no quieren saber nada.
Hemos alimentado sueños imposibles y hemos renunciado a otros que una vez creímos rozar con la punta de los dedos. 
Nada especial, como ves, amigo Jorge. Lo habitual para recibir a este 2017 que se nos viene encima sin tregua y sin remedio, pero con vino y rosas por compartir, con paisajes que descubrir y con besos que esperan ser rescatados.  
Empezamos el año instalados definitivamente en la provisionalidad, que visto lo visto habrá que asumir como el estado natural de las cosas.
En general leo y percibo estos días más sombras que luces en los balances de lo vivido y en las perspectivas de lo que nos espera. Pero conviene recordar que el sol casi siempre acaba por abrirse paso entre la niebla. Sin dejar de lado otra cuestión que tal vez no valoramos lo suficiente: seguimos aquí para contarlo. Que no es poca cosa.