"La primera vez que leí a Alvite -contaba David Gistau- estuve tentado de llamar a la Policía. Por si llegaba a tiempo a impedir el suicidio, porque aquello sonaba a nota de despedida, a autopsia de uno mismo".
Descubrí a Alvite en la radio, con esa voz humeante y resacosa de la que brotaban "tipos duros que no aliñan la ensalada con morfina. Tipos como Charlie Mcay; el bueno de Charlie. Fue en el 74, aquella noche cenó tres platos con cuatro balas en el estómago; a las cinco de la madrugada se levantó y pidió disculpas. Dijo que se iba para estar en casa a tiempo de abrirles la puerta a los muchachos de la funeraria".
Una vez entrabas en ese mundo masticabas con él ese humo del Savoy por el que un día podía asomar una celebridad: "Se fuma mucho en el Savoy. Se fuma tanto en el club de Ernie Loquasto, muchacho, que incluso, es gris el jabón de tocador. En el estrambote del humo se alargan los modales de los matones y las faldas de las bailarnas. Un día que se cayó por el Savoy, me dijo Sinatra: 'Dicen que fumo demasiado. No sabría qué decirte al respecto. Solo sé que el humo de un cigarro es el defecto que mejor le sienta a mis ojos azules'. Eso me dijo Frakie, un tipo que se cepillaba los dientes con un cigarro en la boca".
Alvite sabía donde se metía; imagino que la mala vida era la mejor vida posible para gente como él y asumía sin rechistar las consecuencias. "En el Savoy -decía- admiramos siempre al pobre Charlie Parker. Charlie murió con veinte años más de los que tenía. Reventó como una escupidera encima de una señora blanca entre cuyas piernas los labios de Charlie eran mullidas manos sin dientes. Le mató la mala vida. A lo tipos del Savoy se sabe que les matará la mala vida".
Escuché a su amigo Carlos Herrera (memorable y emocionante carta de despedida la que ha recibido) que Alvite escribía la crónica diaria, la grababa para la radio y tiraba a la papelera lo escrito. Supongo que ese sería el estilo que se imponía en un lugar así. "Me dijo de madrugada un tipo en el Savoy: Muchacho, la literatura es en apariencia algo tan sencillo como poner las palabras en cierto orden. Lo malo es que pruebas y nunca aciertas. Y entonces, maldita sea, comprendes que en acertar con el orden consiste también la lotería".
La suya era una "escritura terminal" a la vista de Gistau, aunque bien podría decirse que esta era solo otra faceta más de la filosofía vital en la que se debatían sus criaturas y él mismo. Dejó dicho "un viejo cliente del Savoy que el fracaso es el único sitio en el que puedes sentirte seguro. Nadie intenta quitarte el último puesto".
En el Savoy podías aprender que "el amor eterno es aquel cuyo fracaso se recuerda siempre" o que "el matrimonio sale mal con frecuencia, sobre todo si lo que os une es una coartada, un par de deudas o el rifle de su padre. Lo cierto es que el amor dura menos que el interés". El propio Alvite aplicaba su experiencia al respecto señalando que "la primera vez me casé por la iglesia; la segunda por lo civil; si hay una tercera, sera más realista que me case por lo penal".
Nunca hablé con Alvite, pero quiero pensar que eligió, a sabiendas, el papel de perdedor. Era su manera natural de expresarse, la que mejor encajaba en ese maravilloso laberinto de metáforas del que no podías ni querías escapar.
Parece evidente que nunca pretendió ser modelo de nada y para nadie, pero aún así, no puedo dejar de proclamar ese concepto de lo que Alvite -o tal vez alguno de esos tipos del Savoy- dejo dicho sobre esta profesión que algunos elegimos un día por vocación y que en otro tiempo incluso pudimos llegar a practicar: "Un periodista debe tener la curiosidad de una peluquera, la dignidad de un mendigo y ortografía bastante para saber que un texto no se puede empezar por una coma".
No es seguro que Sinatra cantase My Way en el Savoy, pero quién puede decir que no fuera así.
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