viernes, 1 de agosto de 2025

Ni hola ni adiós (Un soneto de despedida)

Vaya por delante que no soy objetivo, ni lo pretendo. Tampoco se trata de glosar la figura y la obra de Joaquín Sabina, que en eso siempre me quedaré corto. Ni siquiera pretendo que esta sea la crónica o reseña de un concierto en la plaza de toros de Alicante. Digamos que tenia pendiente darle forma a las pinceladas que surgieron ese día al calor de las emociones de una noche veraniega en la que las letras de las canciones -bien conocidas todas- llevaban esta vez escrita entre líneas la palabra despedida. 

Podría empezar por llevarle la contraria a la propia gira, en su planteamiento. Porque a Sabina no recuerdo haberle dicho 'hola' ni le digo ahora 'adiós'. No hay un momento concreto, ni siquiera un año exacto, en el que llamase a la puerta, pero está claro que llegó para quedarse. Ya estaba ahí -eso sí lo tengo grabado en la memoria- durante alguna guardia en la mili cantando aquello de 'así estoy yo sin ti' que me venía al pelo en esos tiempos de uniforme cuando andaba perdido como un quinto en día de permiso. Muchos años después descubrí que compartía con él la devoción por José Alfredo Jiménez, el 'rey' indiscutible de las canciones de desamor. 

No sabría decir si eran lágrimas de mármol las de la noche alicantina, pero soy testigo y partícipe del llanto incontenido en muchos momentos de la velada, incluso durante el 'paseillo' en solitario hacia el centro del ruedo, justo después de la proyección del vídeo del 'último vals' que despejaba cualquier duda sobre ese sentimiento general de despedida y emoción compartida, la del diestro a punto de cortarse la coleta y la de su público de siempre, el más fiel y entregado, dispuesto a emplearse a fondo con el pañuelo si hubiera que reclamar los trofeos para el diestro de Baeza y sobre todo para enjugar las lágrimas con cierto disimulo. 

Sabemos que no va a a ningún lado, que está y estará en el sitio que ocupa desde hace muchos lustros. Ya cantaba en las cintas de casete, en los vinilos y los CDs como ahora lo hace en Spotify o en YouTube... pero esta noche resulta inevitable ese punto de tristeza o melancolía al pensar que ya no volveremos a tenerlo ahí delante, en vivo y en directo, emulando los estatuarios de José Tomás, clavado en su taburete, con esa palpable fragilidad y 'sin embargo' manteniendo una dimensión que trasciende con mucho al cantante y al cantautor que ha sido. Ese es el único Sabina al que despedimos esta noche porque el otro se queda en esos terrenos que solo los más grandes saben pisar.  

Si lo miras así, desde este lugar del graderío en el que me ubico como un 'sabinista' más, queda claro que nadie aquí participa de juicios y condenas. Ni se le quiere ni se le odia por lo que es o lo que ha sido: ni por rojo ni por rojiblanco, ni por taurino, ni por sus adicciones o sus aficiones políticamente incorrectas, ni por sus cuentas y cuitas con Hacienda, ni por sus dotes como vocalista o por cualquier otra faceta de una vida perfectamente alejada de la ejemplaridad. O dicho de otra manera, a Sabina no se le valora por lo que ha sido, por lo que es, o por lo que queda del personaje que ha ido construyendo. La emoción de la noche está en las cosas que nos ha contado y la forma que supo darle a esas historias de la vida en sus canciones o en sus sonetos. Sabina ha dicho las cosas que otros habríamos podido decir, pero nunca de la manera que él las ha dicho. 

'Superviviente sí, maldita sea' y no nos cansamos de celebrarlo. Hasta le perdonamos que se haya dejado llevar por el camino que le lleva hacia la vejez pese al empeño en labrarse una mala reputación y aún a costa de sucumbir a la tentación de las 'pastillas para no soñar' que tanto repudió. Pero aquí sigue, cocinando a fuego lento la despedida, festejando sin grandes alardes la prórroga que el destino le concedió posiblemente sin merecerlo, pero de la que nos aprovechamos para tenerle una vez más ahí enfrente exhibiendo sin tapujos las arrugas de su voz, estrujando la garganta, hasta ese punto casi agónico que pone el suspiro en las gradas, ese 'ayyyy' de congoja que acompaña cada lance como si en cada estrofa el pitón acariciase la taleguilla

'Ahora que me despido pero me quedo' dice en una de esas letras con las que empezaba a escribir su obituario hace ya tantos años que pareciera haberse quedado petrificado sobre su taburete. Y algunos comenzamos a sospechar que, como nunca tendrá del todo claro cómo bajarse del escenario, volverá a lanzarse al vacío. 


                              Pd. De Sabina también me quedo con sus sonetos. Asumiendo la osadía y aunque no haya por medio un pacto entre caballeros, de la 'despedida' alicantina surge también un reto que he tratado de cumplir de esta manera