miércoles, 13 de agosto de 2025

LIX: A mis cincuenta y todos

Como en tantas cosas, me equivoqué al hablar de tradición para referirme a esta inercia que cada 13 de agosto me invita a pasarme por este rincón de las reflexiones o las ocurrencias que no van a ninguna parte pero dejan una huella en el calendario y en el tiempo. Una costumbre es una práctica habitual que se repite periódicamente, mientras que una tradición es una costumbre que se transmite de generación en generación por un periodo de tiempo prolongado y asociada casi siempre a acontecimientos culturales, religiosos o históricos. 
Lo que aquí me trae aquí, por tanto, es una costumbre, que nunca llegará a tradición pero me sirve ahora para contemplar en perspectiva algunas pinceladas de esta etapa vital que arrancó cuando me puse la 'L' en la espalda para seguir con esta carrera de fondo, asumiendo la condición permanente de 'novato' en la tarea de conducirme por la vida.
A mis cincuenta y todos (cincuenta y pocos dicen que aparento)... sigue vigente y es de aplicación el arranque del primer capítulo de la serie publicado tal día como hoy de 2016 en el flamante estreno del medio siglo de vida: "No son muchos ni pocos. Los justos para llegar hasta aquí. El tiempo exacto para haber aprendido unas pocas cosas e ignorar muchas más. Lo necesario para entender que sabemos muy poco de casi todo y de lo demás no sabemos nada". 
Subyace en el relato general un componente de temor disimulado al tiempo que pasa o, mejor dicho, al tiempo que se escapa, al que no dedicamos a las cosas realmente valiosas. Conociendo ahora los giros del guion puedo apreciar las señales que quedan -a veces entre líneas- en este momento siempre especial que coincide con otra sana costumbre, la de ir cumpliendo años. Se aprecia en los nueve episodios precedentes el intento de aprovechar el cambio de guarismo para recomponer las naves, para tratar de adecuar el paso a una velocidad de crucero óptima, para buscar la fórmula que permita prolongar el estado de calma y estar más preparado ante la tempestad que siempre está por llegar. 
De no ser porque lo vivimos y lo escribimos en primera persona, aún costaría creer que fue cierta la conmoción del 2020, que en mi caso fue mucho más que el año de la pandemia. Releyendo el capítulo de ese verano puedo decir ahora que me alegro de haber sabido convertir la convulsión en impulso. Es la lectura, interesada sin duda, que hago ahora de este párrafo escrito entonces: "Si algo nos ha enseñado este tiempo de zozobra contenida es que el mundo -el propio y el resto- no se detiene aunque una avalancha lo ponga patas arriba. No podemos abrir un paréntesis en el que resguardarnos del aguacero, ni vendría a cuento dejar de mojarnos teniendo en cuenta que seguimos por aquí para contarlo". 
El renacimiento, que apenas llegaba entonces a la categoría de ensoñación, superó con creces la previsión más optimista. Y a este tiempo de ilusión, equilibrio y pasión me aferro, con la firme intención de cerrar en alto la historia de esta década para seguir escribiendo el guion de la siguiente temporada. 
Supongo que, aún sin pretenderlo, algún día descubriré la incertidumbre que impregna el capítulo de este año, pero también confío en dejar reflejado que en los momentos más complicados es aún más valioso el poder que compartimos con nuestra gente, el que transmitimos y nos transmiten. No es sencillo moverse por el finísimo alambre que separa el abatimiento de la emoción serena al descubrir espacios de toda una vida que casi nunca había explorado y que también explican la fuerza de los lazos que nos unen
A este paso voy a conseguir que se me entienda todo y no es plan ahora de arruinar mi brillante trayectoria de 'confusor' del reino. Supongo que es demasiado explícito apuntarme abiertamente a una de esas máximas de la geriatría que en estos días me está ganando definitivamente para la causa: "no se trata de añadir años a la vida, sino de añadir vida a los años". 
Me pongo a ello, con la idea de no refugiarme en la excusa de la cifra redonda para dejar pasar un año sin celebrar como merece este privilegio que me concede el destino de cumplir uno más valorando que muy por encima del cómo y el cuando es con quién. Y en eso no puedo ser más afortunado. 

viernes, 1 de agosto de 2025

Ni hola ni adiós (Un soneto de despedida)

Vaya por delante que no soy objetivo, ni lo pretendo. Tampoco se trata de glosar la figura y la obra de Joaquín Sabina, que en eso siempre me quedaré corto. Ni siquiera pretendo que esta sea la crónica o reseña de un concierto en la plaza de toros de Alicante. Digamos que tenia pendiente darle forma a las pinceladas que surgieron ese día al calor de las emociones de una noche veraniega en la que las letras de las canciones -bien conocidas todas- llevaban esta vez escrita entre líneas la palabra despedida. 

Podría empezar por llevarle la contraria a la propia gira, en su planteamiento. Porque a Sabina no recuerdo haberle dicho 'hola' ni le digo ahora 'adiós'. No hay un momento concreto, ni siquiera un año exacto, en el que llamase a la puerta, pero está claro que llegó para quedarse. Ya estaba ahí -eso sí lo tengo grabado en la memoria- durante alguna guardia en la mili cantando aquello de 'así estoy yo sin ti' que me venía al pelo en esos tiempos de uniforme cuando andaba perdido como un quinto en día de permiso. Muchos años después descubrí que compartía con él la devoción por José Alfredo Jiménez, el 'rey' indiscutible de las canciones de desamor. 

No sabría decir si eran lágrimas de mármol las de la noche alicantina, pero soy testigo y partícipe del llanto incontenido en muchos momentos de la velada, incluso durante el 'paseillo' en solitario hacia el centro del ruedo, justo después de la proyección del vídeo del 'último vals' que despejaba cualquier duda sobre ese sentimiento general de despedida y emoción compartida, la del diestro a punto de cortarse la coleta y la de su público de siempre, el más fiel y entregado, dispuesto a emplearse a fondo con el pañuelo si hubiera que reclamar los trofeos para el diestro de Baeza y sobre todo para enjugar las lágrimas con cierto disimulo. 

Sabemos que no va a a ningún lado, que está y estará en el sitio que ocupa desde hace muchos lustros. Ya cantaba en las cintas de casete, en los vinilos y los CDs como ahora lo hace en Spotify o en YouTube... pero esta noche resulta inevitable ese punto de tristeza o melancolía al pensar que ya no volveremos a tenerlo ahí delante, en vivo y en directo, emulando los estatuarios de José Tomás, clavado en su taburete, con esa palpable fragilidad y 'sin embargo' manteniendo una dimensión que trasciende con mucho al cantante y al cantautor que ha sido. Ese es el único Sabina al que despedimos esta noche porque el otro se queda en esos terrenos que solo los más grandes saben pisar.  

Si lo miras así, desde este lugar del graderío en el que me ubico como un 'sabinista' más, queda claro que nadie aquí participa de juicios y condenas. Ni se le quiere ni se le odia por lo que es o lo que ha sido: ni por rojo ni por rojiblanco, ni por taurino, ni por sus adicciones o sus aficiones políticamente incorrectas, ni por sus cuentas y cuitas con Hacienda, ni por sus dotes como vocalista o por cualquier otra faceta de una vida perfectamente alejada de la ejemplaridad. O dicho de otra manera, a Sabina no se le valora por lo que ha sido, por lo que es, o por lo que queda del personaje que ha ido construyendo. La emoción de la noche está en las cosas que nos ha contado y la forma que supo darle a esas historias de la vida en sus canciones o en sus sonetos. Sabina ha dicho las cosas que otros habríamos podido decir, pero nunca de la manera que él las ha dicho. 

'Superviviente sí, maldita sea' y no nos cansamos de celebrarlo. Hasta le perdonamos que se haya dejado llevar por el camino que le lleva hacia la vejez pese al empeño en labrarse una mala reputación y aún a costa de sucumbir a la tentación de las 'pastillas para no soñar' que tanto repudió. Pero aquí sigue, cocinando a fuego lento la despedida, festejando sin grandes alardes la prórroga que el destino le concedió posiblemente sin merecerlo, pero de la que nos aprovechamos para tenerle una vez más ahí enfrente exhibiendo sin tapujos las arrugas de su voz, estrujando la garganta, hasta ese punto casi agónico que pone el suspiro en las gradas, ese 'ayyyy' de congoja que acompaña cada lance como si en cada estrofa el pitón acariciase la taleguilla

'Ahora que me despido pero me quedo' dice en una de esas letras con las que empezaba a escribir su obituario hace ya tantos años que pareciera haberse quedado petrificado sobre su taburete. Y algunos comenzamos a sospechar que, como nunca tendrá del todo claro cómo bajarse del escenario, volverá a lanzarse al vacío. 


                              Pd. De Sabina también me quedo con sus sonetos. Asumiendo la osadía y aunque no haya por medio un pacto entre caballeros, de la 'despedida' alicantina surge también un reto que he tratado de cumplir de esta manera