domingo, 13 de julio de 2025

Por escrito

Aunque las largas ausencias blogueras pudieran indicar otra cosa, no dejo de escribir. No recuerdo un día sin hacerlo. Escribo en cuadernos y agendas, en las notas del móvil, en documentos que se van acumulando en carpetas, que quedan sueltas por el escritorio o se pierden sin demasiado criterio.
Escribo de todo y de nada, del mundo, de la vida en general, de cosas que pasan alrededor o que nunca sucedieron. Tengo finales extraordinarios para historias que nunca empezaron, protagonistas deslumbrantes que esperan un relato a su altura en el que colarse, personajes secundarios dispuestos a salir a escena en cuanto surja la ocasión... Guardo cientos de versos sueltos,  algún soneto irreverente, un par de canciones que canto mano a mano en la cantina con el gran José Alfredo mientras apuramos el últimos trago y, por supuesto, unas cuantas cartas de amor.
Tengo a medias mi libro de memorias porque se me olvidan la mitad de las cosas. Y de vez en cuando aún sostengo la absurda esperanza de volver a dar un día con la tecla. Posiblemente sea cierto que a veces una palabra vale más que mil imágenes. 
Escribo sin querer o sin pensar, por placer o por venganza, con más o menos pretensiones y porque no encuentro alicientes para dejar de hacerlo. Escribo acaso por inercia, por un impulso que surgió y que resiste de los tiempos en los que escribir y publicar de un día para otro no era una opción sino una obligación. 
En esta edad consolidada por la que transitamos con más o menos fortuna, la nostalgia se te viene encima en cuanto te descuidas. Un viejo amigo, tocayo y compañero de fatigas en la prensa de provincias del siglo pasado, evocaba hace poco aquella etapa vital en la que -tal vez sin valorarlo lo suficiente- tratábamos de ponerle un cierto gusto al relato, más allá de la cuestión que tocase contar ese día; ya fuera la crónica de un pleno en las Cortes o la de un partido del Santa Bárbara en el Carlos III en una mañana fría de domingo.
No sé si esa conversación fue una señal y tampoco si es motivo suficiente para volver a dejarme ver y leer por aquí. Tampoco puedo achacarlo -pero supongo que influye- al encuentro inesperado con alguien que me recuerda que hace mucho tiempo que no escribo nada. En todo caso, sirvan esos pequeños o grandes detalles como excusa para volver a experimentar el extraño vértigo que provoca el momento final de pulsar el botón de 'publicar'.  Y de paso para mantener con cierto pulso vital el blog, aunque  para darle un cierre más solemne -llegado el caso- a estos 14 años de idas y venidas por este territorio de las ideas y las palabras.