Hubo un tiempo lejano en el que nos poníamos a la tarea en cuanto nos comíamos el roscón de Reyes, pero los propósitos del año nuevo ya no son lo que eran. Tal vez sea producto de la edad, que le hace a uno más partidario de la declaración de intenciones que de los compromisos ineludibles. También porque con tantas cuestas de enero a cuestas ya vamos bien servidos de propósitos que se quedaron en la mochila y muchos de ellos sin estrenar.
Cierto es que la intención no parece precisamente el mejor estandarte al que agarrarse. Más bien al contrario, que de buenas intenciones -dicen- está empedrado el infierno. Pero aquí seguimos agarrándonos a ellas -a las buenas intenciones- cuando nos quedamos lejos de las expectativas que nos pusimos o nos imponen y tampoco es extraño echar mano de ellas para justificar un fracaso en toda regla.
No nos engañemos, en general y sin entrar en detalles, no es cierto que 'lo que cuenta es la intención', aunque pueda valorarse en alguna circunstancia. Se imponen las obras a las buenas razones porque lo del juego bonito está muy bien, pero para ganar el partido hay que marcar más goles que el rival. Si es posible partido a partido, pero este es otro tema.
En todo caso, por no dejar en blanco el capítulo de los propósitos confesables de 2022, me dispongo a recargar la batería del marcapasos que mantiene con pulso este blog antes de que se nos vaya el mes de enero y empecemos ya incumpliendo el reto de la periodicidad mensual.
O dicho de otra forma, con alguna intención -presumiblemente buena- me planteo cultivar de vez en cuando esta afición/desahogo que no tengo muy claro si consiste en ponerle palabras a las emociones o algo de emoción a las palabras. Empezando por asumir que también en esto de escribir acumulamos ejemplos en los que hay más voluntad que acierto en lo que hacemos. De hecho, hace tiempo renuncié a la relectura de lo dicho en capítulos anteriores. No solo por el riesgo cierto de constatar una dosis importante de autoplagio, sino también para evitar cierto cargo de conciencia por las cosas que ya no diría de la misma manera, las que no venían a cuento o, sencillamente, porque no tengo ni idea de lo que quería decir en ese momento.
Pero también puede ocurrir que, cuando menos lo esperas y aunque no fuera esa la intención, una carta sin remitente acabe convirtiéndose en una declaración de amor que llega a millones de personas. Además, nadie te garantiza cuántos episodios te quedan por contar, con quién te vas a tropezar en el siguiente párrafo o qué sorpresa se esconde a vuelta de página. Y por supuesto, por bueno que nos parezca el guion de las próximas temporadas de la serie, nunca sabes cómo y cuándo nos tocará ponerle el punto y final a la historia.