Los del 66 andamos cumpliendo 55 y la cifra me parece una buena excusa para agarrarme a la tradición que me trae por el blog en estas fechas, básicamente con la intención de celebrar que seguimos sumando. Imagino que siempre hay un motivo, o unos cuantos, para tener un número favorito. El fútbol, como en tantas otras cosas, ha tenido una notable influencia en mi elección. Aunque primero sin pretenderlo, porque con el 5 a la espalda jugábamos los centrales de la época. La posición en el campo iba ligada al dorsal con el que saltabas al campo y, por supuesto, del 1 al 11. El 4 era para el ´libre', el 2 era lateral derecho, el 3 lateral izquierdo... El central marcaba al delantero centro, que siempre era el 9, los extremos iban con el 7 y el 11.... En fin, creo que los que vivimos desde dentro aquel fútbol de la regional madrileña de los 80, hemos conservado un cierto respeto por esa disciplina no escrita pero mayoritariamente asumida ligada a los números.
Eran otros tiempos y otro fútbol. Los centrales no tenían que sacar el balón jugado sino mandarlo lo más lejos posible del área propia. El fútbol del que hablo no admitía demasiadas florituras y desde luego no se esperaban de los centrales, tipos tan duros como los Mikasa con los que se jugaba en los campos de tierra del Cotorruelo, del García de la Mata, Tajamar o El Pozo. Tipos rocosos llamados a hacer el trabajo sucio, dispuestos siempre al cuerpo a cuerpo, capaces de hacerse respetar y hasta de intimidar si llegaba el caso. Los centrales de los que hablo eran esos jugadores que tenían interiorizada una premisa básica: si pasa el balón no pasa el delantero. Pero quiero pensar que aquellos centrales que fuimos compartimos también una idea de sacrificio en favor del beneficio colectivo, del triunfo del equipo por encima del lucimiento personal. Aunque en el fondo todos soñábamos con ese instante de gloria que pocas veces correspondía al central; a todos nos habría gustado hacer el gol de Maceda en la Euro del 84 o el de Pujol en el Mundial de Sudáfrica. Por no citar -que no quiere uno herir sensibilidades- el de Sergio Ramos en el minuto 93 de Lisboa.
Es verdad que luego aparecieron centrales como Sanchís e incorporaron otros matices a la tarea, aunque tuvieron que pasar unos cuantos años para que un tal Zidane le diera una dimensión galáctica a ese dorsal. Y luego está el 5 argentino, que fue Redondo y que ahora es Busquets. Pero me refiero al otro, al genuino, al 5 de Goyo Benito. Goiko, Arteche o Super López.
El 5 nos eligió porque era el número que le tocaba al central, pero su influjo permaneció. Hace ya unos cuantos años -cuando aún teníamos edad para jugar en la Liga de Veteranos de Fútbol Sala- fue el elegido -sin dudarlo- para defender los colores del mejor equipo en el que uno podría haber soñado jugar, el de Radio Castilla-La Mancha. Un equipazo.
No debería contarlo y sin embargo -que dijo el maestro Sabina- la otra circunstancia que me unió afectivamente al 5 fueron las notas, el expediente académico, . El 5 es el número que delimita la frontera entre el suspenso y el aprobado. Al igual que en el fútbol, en el terreno de juego de las aulas, el estudiante que fui tampoco daba para muchas florituras y el 5 (incluido el raspado) marcaba la diferencia entre el fracaso y el alivio, entre el verano de vacaciones o el verano de sacrificio.
A estas alturas supongo que ya se pueden hacer ciertas confesiones, incluida esta que no deja precisamente en buen lugar el afán de superación o cualquier cualidad que pudiera acercarme a la excelencia estudiantil. Festejar el 5 en un examen no es precisamente una actitud ejemplar, pero de alguna manera te permite disfrutar mucho más cualquier nota que esté por encima del aprobado. Llevado a otro terreno, estaríamos en la eterna pugna entre el conformismo y la ambición; difíciles de medir e imposible administrar en su justa medida.
En fin, que lo dicho no es más que un adorno, un envoltorio que no le da más ni menos valor a lo que realmente importa, que seguimos cumpliendo y los 55 (LV) nos traerán, como cualquier otra edad, caricias y arañazos. Tampoco para esta etapa tenemos libro de instrucciones que nos garantice un buen manejo de este maravilloso regalo que es la vida (LV) entre otras cosas porque ya nos ha demostrado con creces su capacidad para sorprendernos, para escribir un giro inesperado en el guion y colocarnos en otro escenario.
A estas alturas ya sabemos que no se ganan los partidos si nos dedicamos únicamente a dar patadas, pero que hay que saber defender el resultado para no perderlos. Y que en el amor no podemos conformarnos con el aprobado, hay que echar el resto para alcanzar el sobresaliente.
En todo caso, si para algo nos vale esta notable cantidad de experiencia acumulada es para saber que tenemos que aplicarnos en la tarea de sacarle todo el partido que podamos al tiempo que estemos por aquí. El reto es vivir o, por lo menos, intentarlo. En ello estamos.