
A estas alturas de la película parece pronto -sería lo deseable- para pararnos a pensar si esta historia tendrá final feliz. Lo que esperamos del guión es que nos exija al menos un par de escenas de cama más.
A estas alturas del curso sabemos que incluso las lecciones que mejor aprendimos merecen un repaso de vez en cuando. Asumimos que hay asignaturas que volveremos a dejar para septiembre y de vez en cuando la nostalgia nos recuerda que una vez el amor vino a sentarse al pupitre de al lado.
A estas alturas del combate tenemos claro lo mucho que cuesta volver a ponerse en pie cuando besas la lona, pero arrojar la toalla ha dejado de ser una opción. Más bien pensamos que el objetivo es mantenernos en pie este asalto y confiar en ese crochet definitivo que alguna vez me permitió ganar por K.O.
A estas alturas de la faena, cuando los pitos del siete apenas se perciben ya desde el ruedo, habrá que echarse la muleta a la izquierda y jugársela al natural para abrir la puerta grande, aunque sabemos que pisando ciertos terrenos también podemos acabar en la enfermería.
A estas alturas del trayecto sabemos que no hemos llegado hasta aquí para quedarnos, aunque no siempre acertamos a entender que el camino es tan importante como el destino. Apenas empezamos a darle el valor que merece al cobijo que encontramos bajo la sombra de los árboles que fuimos sembrando a los lados del sendero. Pero aún nos queda energía para subirnos a las ramas y mirar el horizonte de lo más alto de la copa.
A estas alturas de la travesía hemos aprendido a tomar con firmeza el timón, pero también sabemos dejarnos llevar por el vaivén del oleaje en las noches de tormenta. Navegamos con rumbo fijo hacia un lugar indeterminado, hacia ninguna parte. Y puesto que asumimos que el próximo naufragio será inevitable queremos creer que las mareas nos llevaran a parar en esta ocasión a una isla desierta con vistas al mar.