Avanza enero y no hay manera. Todos los intentos por estrenar el año bloguero se quedan en el primer párrafo. Me ocurrió cuando me disponía a escribir sobre los buenos propósitos para el 2018 porque, para evitar agobios, he optado esta vez por ampliar el plazo -digamos que otros 365 días- para tratar de rematar los que siguen pendientes del 17.
También sucedió cuando trataba de hacer balance general del año que se fue. Seguramente porque hay cuestiones, aparentemente menores, en las que ahora ni siquiera reparamos y que algún día nos recordarán que la vida no pasó de largo. No son muchas, apenas un puñado de vivencias - "aquellas pequeñas cosas" que decía el gran Serrat- aún pendientes de encontrar el espacio que merecen en algún cajón en el que reposan emociones, sabores o colores; o tal vez en ese rincón en el que quedó grabada la huella que nos dejó una sonrisa que no venia a cuento, un abrazo balsámico al final de un día infernal, una estrella -gallega claro- en el camino, la luz de un atardecer junto al mar, la emoción de aquella escena, o aquel beso furtivo y fugaz que posiblemente ni siquiera ocurrió.
Aunque imagino que el intento fallido también se debe a que al balance le siguen faltando elementos esenciales. Aún no han echado raíces tantos árboles plantados a los lados del sendero y hasta primavera no llegará el momento de ver como los brotes se abren paso en las ramas ahora desnudas.
También cuenta, supongo, esa dosis de pudor, posiblemente absurdo pero inevitable; el que convierte en poco apropiada la exposición en plaza pública de los exámenes de conciencia. Y en todo caso, a estas alturas, es de suponer que falta algo de reposo o de perspectiva -por más que se agolpen las condenas ajenas- para dictar sentencia sobre tantas decisiones tomadas o esas otras que dejamos de tomar. O dicho de otra manera, aún no he conseguido dilucidar si dice mucho -a favor o en contra- cerrar el año con la sensación de que los amigos te quieren un poco más y los enemigos bastante menos.
Visto lo visto, tal vez sería mejor ponernos ya con los propósitos del 17 y, de paso, podríamos empezar a pensar en el balance del 18. Al fin y al cabo, si algo nos han enseñado los años que vamos acumulando es que en esto del tiempo casi todo es relativo; se puede medir con precisión suiza, pero está completamente condicionado por las circunstancias. Las horas duran lo que duran -siempre lo mismo- pero pueden ser eternas o fugaces, como los días, como las semanas o los meses. Unos pocos minutos o incluso unos segundos pueden resultar interminables. Pero la vida no. La vida es un suspiro, atraviesa los años a velocidad de vértigo y la aceleración - eso también está más que acreditado por la experiencia propia y ajena- aumenta inevitablemente con la edad. Si algo nos han enseñado los años es que uno de estos días será inolvidable por algún motivo y, en cualquier caso, este de hoy es ya irrepetible.