Siempre son otros los que resultan asaltados a traición por un golpe del destino. En algunos casos, la conmoción es más cercana y nos recuerda hasta que punto son intrascendentes tantos desvelos cotidianos, hasta que punto son sustanciales todos esos detalles -también cotidianos- que relegamos a la categoría de secundarios.

Luego llega la noche, nos acurrucamos con nuestras miserias y abrazamos los miedos que nunca sacamos de la mochila. Por la mañana, la inercia nos lleva a lanzarnos por ese sendero que nos permite sobrevivir; el camino que discurre paralelo -aunque a imprudente distancia- de ese otro, el de la vida misma, que aspiramos a recorrer algún día.