No hay estadísticas que avalen la teoría, pero hay quien sostiene que el día de los enamorados desata más conflictos de pareja que pasiones de alcoba. Desde luego, la avalancha publicitaria descarta el recurso al despiste para incumplir con el compromiso ligado a la fecha. Aunque tengo un amigo que ya le ha encontrado la ventaja al asunto y asegura que aprovechó el último 14-F para dar la puntilla a una de esas relaciones que no sabes como rematar.
La casuística amorosa es tan amplia como la tipología de las relaciones de pareja, sin que necesariamente coincidan ambas circunstancias. El amor, si es que existiera, debería darnos las claves para manejarnos con cierta destreza, pero la guía práctica -pendiente de elaborar- para sobrevivir a San Valentín tendría que calibrar el tratamiento que a cada caso convenga.
Hay amores imposibles, irresistibles, impensables, irresponsables...
Hay amores que nunca debieron ser y otros que nunca llegan, hay amores de ida y vuelta, amores a los que siempre estamos volviendo, amores escondidos a la vista de todos...
Hay amores dormidos entre las páginas de un libro, amores que se resbalan entre los dedos, hay amores idílicos, amores carnales, amores de carne y hueso...
Hay amores a los que un día dijimos adiós desde el andén, amores que nunca quisimos ver aunque estuvieran delante, hay amores que nunca existieron y que jamás podremos olvidar.
Hay quien ha llegado a asegurar que hay amores reales, amores de verdad, indestructibles, eternos, amores de toda la vida y más allá. Dicen que se han dado casos, pero ni siquiera ellos tuvieron garantizado superar el trance de San Valentín sin morir en el intento.